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Los Perseguidos
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del marasmo de una tifoidea halló las calles pobladas de enemigos. Pasó dos meses de persecución, llevando asi a cabo no pocos disparates. Como era muchacho de cierta inteligencia, comentaba él misino su caso con una sutileza tal que era imposibie saber qué pensar, oyéndolo. Daba la mús perfecta idea de farsa; y ésta era la opinión general al oirlo argumentar picarescamente sobre su caso todo esto con la vanidad característica de los locos. Pasó de este modo tres meses pavoneando sus agudezas sicológicas, hasta que un día se mojó la cabeza con el agua fresca de la cordura y modestia de las propias ideas.

—Ahora está bien—concluyó Vélez—pero le han quedado algunas cosas muy tipicas. Hace una semana, por ejemplo, lo hallé en una farmacia; estaba recostado de espaldas en el mostrador, esperando no sé qué. Pusímonos a charlar. De pronto un individuo entró sin que lo viéramos, y como no había ningún dependiente llamó con los dedos en el mostrador. Bruscamente mi amigo se volvió al intruso con una instantaneidad verdaderamente animal, mirándolo fijamente en los ojos. Cualquiera se hubiera también dado vuelta, pero no con esa rapidez de hombre que está siempre sobre aviso. Aunque no es perseguido ya, ha guardado sin que él se dé cuenta un fondo de miedo que explota a la menor idea de brusca sorpresa. Después de mirar un rato sin mover un inúsculo, pestañea y aparta los ojos, distraído. Parece que hubiera conservado un oscuro. recuerdo de algo terrible que le pasó en otro tiempo y contra lo que no quiere estar más desprevenido. Supóngase ahora el efecto que le hará una súbita cogida del brazo, en, la caile. Creo que no se le irá nunca.

—Indudablemente el detalle es típico—apoyé. — Y Ins sicologias desaparecieron también?