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ANDERSEN.

siempre, no tenía el más ligero dolor y se divertía viendo saltar delante de él al perro del regimiento. Su cara rebosaba una alegría perfecta, como si las balas que silbaban y caian á su alrededor fuesen confites.

« ¡Adelante, adelante! » tal fué la órden que recibió en un principio el tamborcillo. Sin emhargo, la retirada era fácil, convenia replegarse y dieron la órden: « Atras. » Pero el tambor resonó con su: « Adelante,·adelante! » Así habia comprendido Pedro la órden, y los soldados obedecieron al tambor. Fué un redoble famoso; les dió la victoria en el momento en que iban a ceder.

La batalla habia costado mucha sangre. Las granadas habian diezmado los batallones, habían esparcido á lo léjos pedazos de carne humana, habian inflamado los mentones de paja en que los heridos se habían arrastrado...

De nada sirve pensar en esto y sin embargo se pensaba, aun léjos de la batalla, en la vida apacible de la ciudad. El tambor y su mujer no pensaban en otra cosa; acaso ¿no tenian á su hijo Pedro en la guerra?