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DE RÍO FRÍO 19

cas, dos mulas y seis burros con el lomo lleno de coloradas mataduras. Llovía á cántaros, tronaba, hacía frío ó calor; no importaba: los animales no tenían donde guarecerse, ni dónde, ni qué comer sino cada veinticuatro horas en que un peón les tiraba, en el lodo, dos manojos de rastrojo sin picar y ponía á los caballos del amo unos morrales con cebada. En los años que llevaba D. Espiridión de vivir en su rancho, no le había dado Dios licencia de hacer, no sólo una caballeriza, pero ni siquiera un tejado. Al caer la tarde, caminaban lentamente con dirección al corral, cuatro vacas de grande é irregular cornamenta, seguidas de sus crías que, á pesar del bozal, trataban de chupar algo de las colgantes tetas de sus pacientes madres, las que no presentaban mejor aspecto que el ganado que hemos descrito. Muy barrigonas, de tanto comer rastrojo y tierra; pero con los cuadriles salidos y el lomo como el filo de una espada. Completaban este miserable ganado un chivo negro y tres carneros y dos crías.

Delante de la fachada de la casa, que tenía tres ventanas con rejas de fierro, bastidores apolillados y cuarterones de papel blanco supliendo los vidrios rotos, se hallaba un círculo de ladrillos donde se trillaba la cebada y se desgranaba el maíz. Cuatro sauces llorones torcidos, medio secos, adornaban el frente, y en una esquina un alto fresno cayéndose de viejo sostenido en dos ó tres partes con vigas y horcones, y cuyas raíces salían á tierra y habían levantado el enlozado y cuarteado una parte del rayador. Un carretón desbaratado y otro reforzado en sus rayos con líos de mecate, las gallinas y los gallos picoteando los insectos, un burrito, hijo desgraciado de una de las preciosidades del corral y dos ó