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20 LOS BANDIDOS

tres perros amarillos y cascarientos lamiéndose unos á otros á falta de comida, formaban el escenario de esta propiedad raíz, situada casi en las puertas de la gran capital. D. Espiridión, quizá por el estado de prosperidad y de orden que guardaba su rancho, se consideraba en la comarca como uno de los agricultores más inteligentes y adelantados. Y en efecto, para qué necesitaba devanarse los sesos, ni hacer más. Dos tablas de malos magueyes, como la mayor parte de los del valle, le producían una carga diaria de tlachique, que vendía á un contratista por dos ó tres pesos. Otras dos o tres tablas de tierras deslavadas en el declive del cerro, le producían 200 ó 300 cargas anuales de cebada, que vendía á tres pesos, y luego el fríjol, la semilla de nabo, el triguito temporal, una entrega de leche y el horno de ladrillos, le formaban una renta que, no sólo bastaba á la familia para vivir, sino que en buen año algo ahorraban.

La base de su alimentación era el maíz en sus diversas preparaciones de atole, tortillas gordas, chalupitas, tamales, etc. A esto se añadía el chile, el tomate, la leche, carne, pan y bizcochos, los domingos, lunes y á veces duraba la compra hasta el martes ó miércoles. D.ᵃ Pascuala se permitía el lujo de un buen chocolate en leche con gorditas calientes con manteca, pues había adquirido esa costumbre mientras vivió con el cura, y la imitó fácilmente el marido. Solian sacar para el chocolate cuando había visitas, dos mancerinas de plata maciza, que habían comprado en el Montepío.

Su vida era por demás sosegada y monótona. Se levantaban con la luz. El marido montaba á caballo y se iba á las labores, al cerro ó al pueblo y no pocas veces á México. Volvía á la hora de comer, se sentaba des-