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30 LOS BANDIDOS

tor de México, pues D. Agapito, el de Tlalnepantla, no hace más que reirse de mí, y no me acierta.

—Como usted quiera, D.ᵃ Pascuala, y precisamente por un asunto de una criada que se ha cogido una cuchara de plata, tengo que ver al doctor Codorniu, ¡Oh! ese es un pozo de ciencia y en dos por tres despachará á usted.

—¿Pero querrá venir?

—¡Toma! lo traeré en coche.

—¿Cuándo?

—Mañana, si usted quiere.

—No, el lunes será mejor. Espiridión tiene que ir á Tula, á comprar una burra que nos hace falta, y no volverá hasta el martes, y mejor es que por ahora no sepa nada.

—Convenido. Prepare usted un buen almuerzo, ó comida, ó lo que usted quiera, y el lunes sin falta, antes de las doce, estaré aquí con el doctor.

Lamparilla montó en su tordillo de alquiler, metiéndose en la bolsa dei chaleco diez pesos, que para el coche y otros gastos, le puso en la mano D.ᵃ Pascuala, y ésta se retiró triste y temerosa, esperando para el próximo lunes la visita del famoso médico.

Efectivamente, el lunes Lamparilla y el doctor Codorniu bajaban del coche, que con trabajo y por los sembrados había logrado llegar á la puerta de la casa del rancho.

El almuerzo fué como lo había deseado Lamparilla, que se puso à dos reatas y bebió más tlachique del necesario. El doctor de dicta, apenas tocó los manjares nacionales, pero un trozo de cabrito asado y una copa de un regular vino carlon, le hicieron buen estómago y lo prepararon favorablemente á la consulta.