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DE RÍO FRÍO 31

Después de una taza de yerbabuena, en vez de café, D.ᵃ Pascuala y el doctor, pasaron á la recámara y se encerraron. Lamparilla fué á dar un vistazo á las milpas que estaban ya verdes, y comenzando á dejar ver en las derechas cañas los cabellitos dorados de los elotes.

El doctor hizo á D.ᵃ Pascuala pregunta tras de pregunta, le tomó el pulso, le puso la mano sobre el corazón; indagó el régimen de su vida, se informó, en fin, de cuanto convenía que supiese un médico sabio y distinguido como él, que estudiaba y que realmente estaba más adelantado que su tiempo. Lo que pasó en esta interesante conferencia que iba á decidir de la vida ó de la muerte de D.ᵃ Pascuala, no es para contado, y los anales de la ciencia lo comunicarán algún día á la Escuela de Medicina; baste decir que el doctor Codorniu, salió cabizbajo y pensativo, diciendo entre dientes: «no he visto caso igual en mi vida,» sin embargo, alentó á D.ᵃ Pascuala, le dió esperanzas de una próxima curación, le dijo que mientras él enviaba desde México el régimen que debía seguirse, y aún las medicinas ya preparadas, hiciera mucho ejercicio, durmiese de espaldas, y tomase lo que se coge con una peseta de magnesia en ayunas.

Fué Lamparilla en persona el que á los dos días trajo á D.ᵃ Pascuala el régimen del doctor, dos frasquitos y un bote pequeño de una pomada.

La receta decía.

«Ejercicio diario.—Una hora por la mañana temprano, otra á las cinco de la tarde. Evitar el sol y no salir al cerro. Cuatro gotas del frasquito n.° 1, por la mañana, y cuatro al acostarse del frasquito n.° 2. La friega en el vientre dos veces al dia. No agacharse mucho, no tener