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32 LOS BANDIDOS

ninguna clase de disgustos y disminuir á la mitad la bebida de tlachique. Que por precaución se quede la comadre en el rancho. Si hay novedad, mandarme llamar con un propio, pero no en la noche, porque las garitas de la ciudad están cerradas y no se puede salir sin permiso del gobernador.

—Dentro de ocho días estará usted buena, D.ᵃ Pascuala,—dijo Lamparilla, cuando acabó de leer la ordenanza; es decir, que tendremos bautismo y holgorio, porque es necesario echar la casa por la ventana, para celebrar al heredero.

—Espero en Dios que sí,—contestó D.ᵃ Pascuala,—y ya es tiempo, pues siento una fatiga y una incomodidad... no sé ni cómo podré hacer las dos horas de ejercicio. Quisiera dormir todo el día, para distraerme voy á concluir la ropita de la niña, porque ha de ser niña, y el doctor me ha prometido que hará todos los esfuerzos posibles para que sea niña.

—Doña Pascuala, eso no es posible. El doctor Codorniu no puede haber dicho semejante disparate.

—Es decir, que me prometió que haría que saliese yo de mi cuidado tan breve como fuese posible.

—Eso es otra cosa, D.ᵃ Pascuala, con que al avío. Es hora de que comience usted su ejercicio. Aquí tiene usted sus frasquitos, me marcho, y darė dentro de tres días una vuelta por acá. Fírmeme usted este escrito, pues en la noche esperaré que el ministro de Hacienda salga de la Presidencia y pronto seremos dueños del volcán.

Lamparilla volvió á los tres días, recibiendo otros diez pesos, y encontró á D.ᵃ Pascuala en el mismo estado, á pesar del ejercicio y las gotas.