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DE RÍO FRÍO 43

dinario del lago, y donde vivía la gente de comercio y de trabajo. Con raras excepciones, ni Hernán Cortés ni sus sucesores dispusieron de esa parte de la ciudad, y dejaron á los indios que lo habitaban en sus respectivas propiedades. En el curso del tiempo, no sabiéndose ni pudiéndose distinguir ni hacer una división por familias, se declaró que esos terrenos pertenecían en lo general á los indígenas que de hecho vivían en ellos ó los explotaban, y se formaron á las dos parcialidades de San Juan y Santiago, bajo el patrocinio del gobierno ó del Ayuntamiento de México. Con estos títulos sin duda fueron acudiendo á esa eriaza cuchilla (así es su forma) de tierra uno tras otro, los más pobres, los más humildes indígenas, realmente sin patria ni hogar, construyendo con barro una serie más bien de madrigueras que no de casas, hasta formar el más desamparado, el más triste, el más miserable de cuantos pueblos se pueda figurar la más melancólica fantasía. Allí nació tal vez una de las brujas, y vivió quién sabe cuántos años manteniéndose de la venta de mosquitos para los pájaros, sea que ella los cogiera directamente del lago, sea que otros indios pescadores se los diesen para venderlos en las casas de la villa y de la ciudad, ó cambiarlos por mendrugos de pan y sobras de comida. Un indio viejo, que era como el jefe ó rey de esa miserable colonia, le enseñó á recoger en los potreros y en los sembrados yerbas ya verdes ó secas, hacer con ellas cocimientos medicinales que tomaban en sus enfermedades los habitantes, porque jamás médico alguno educado en los colegios ó en la Universidad, habia pisado los linderos de esa tierra. Vivian, se enfermaban, sanaban, se morían como perros sin apelar á nada ni á nadie más que á ellos mismos. Probablemente los cadáveres se enterra-