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estrecha del gran valle del Paraná y en el punto preciso donde la comunicación entre las tierras altas de ambas márgenes es más fácil y directa (el ejército de Urquiza, en 1852, lo cruzó desde Punta Gorda por ser allí más angosto el río y estar transilables las islas intermedias hasta llegar a tierra firme), la ciudad de Santa Fe había sido en la época colonial depósito de tránsito para el intercambio de todo el Entre Rios, Paraguay, Misiones y la Banda Oriental con el Tucumán, Chile y Alto y Bajo Perú.

En consecuencia, la apertura del comercio oceánico afectó seria y gradualmente la economia de la ciudad, creándole un poderoso rival en el puerto de Buenos Aires. Se acentuó, naturalmente, la depresión cuando las guerras de la Revolución paralizaron completamente el tráfico, principalmente de mulas, que se mantenía con Perú. Se puede formar una idea de la magnitud del desastre, sabiendo que en esa época desapareció la fortuna de Francisco Candioti (la más grande pero no la única de Santa Fe), computada en 1812, por Róbertson, en trescientas leguas cuadradas de campos, doscientas cincuenta mil cabezas de ganado vacuno, trescientos mil caballos y mulas y más de quinientos mil duros en onzas de oro peruanas, atesoradas en sus arcas.[1]


  1. Artigas, según Iriondo, era antiguo conocido de Candioti y es de presumir que influiría para este conocimiento el género de comercio a que se entregaba el primero, en el actual Estado de Rio Grande del Sur, donde existían vaquerías. «Artigas» — dice Robertson — «descendía de una familia respetable; pero en sus hábitos era solamente una mejor calaña de gaucho de la Banda Oriental. Carecía completamente de educación y, si no me engaño, aprendió a leer y escribir en el último período de su vida. Pero era audaz, sagaz, atrevido, inquieto y sin principios. En todos los ejercicios atléticos y en todas las dotes del gaucho no tenía rival e imponía a la vez temor y admiración a la población campesina que lo rodeaba. Adquirió una influencia inmensa sobre los gauchos y su espíritu turbulento, desdeñando los paciíficos trabajos rurales, atrajo a muchos de los hombres más resueltos y temerarios de quienes tomo la primacía y a cuya cabeza se hizo contrabandista. Marchaba con su banda por los caminos más ásperos y cruzando bosques aparentemente impenetrables, entraba en el vecino territorio de Brasil y de allí traía mercaderías contrabandeadas y ganados robados para disponer