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ríos del Paraná y del Uruguay, vale decir, los actuales estados brasileños de Paraná, Santa Catalina, Río Grande del Sur y el Uruguay independiente; dicha jurisdicción fué ampliada cuando se creó el Virreynato, incluyendo dentro de sus límites la provincia de Guayrá y las del Alto Perú: luego, en 1782, por Real Ordenanza se dividió el virreynato en ocho intendencias administrativas perceptoras de rentas, y una Superintendencia en la Capital, cuya autoridad coexistente con la del Virrey originó contínuos abusos y conflictos hasta ser suprimida en 1788. De manera, que, cuando en 1810 se produjo la Revolución, continuó la estructura política del virreynato dividido en provincias, siempre con la doble jurisdicción de la ciudad de Buenos Aires, como cabecera de su distrito y asiento del virrey.

Con estos antecedentes, fácilmente se concibe que gentes que siempre habían recibido desde dos mil leguas de distancia toda la legislación pública y privada, que nunca habían tenido nada parecido a cuerpos legislativos que las prepararan para el gobierno propio, que vivían en un completo aislamiento y sin ideas liberales, tuvieran un concepto confuso de la naturaleza y fines del Estado y que, llegadas a la vida libre, se sintiesen cohibidas por preocupaciones atávicas para expandir sus inteligencias.

Así fué que, no obstante haber tratado los hombres de la Revolución desde el primer momento, de establecer un gobierno representativo, por lo efímero e instable de las diferentes Juntas, Triunviratos, Asambleas y Congresos que se sucedieron y que dictaron estatutos provisorios, en realidad no puede decirse que el país haya tenido otra cosa que gobiernos militares de primer grado.

Cuando se convocó el Congreso que ha pasado a la historia con el nombre de Tucumán, al señalar el lugar de su asiento, se tuvo el propósito de aplacar el descontento y recelo contra Buenos Aires, principalmente de la Banda Oriental; pero, a poco andar, la dificultad y lentitud de comunicaciones y el consiguiente aislamiento desde el