En general, los enfermos charlaban mucho y se complacían en la charla; pero apenas habían cambiado las primeras palabras, no se escuchaban ya los unos a los otros, y hablaba cada uno para sí. Merced a esto, sus conversaciones tenían siempre para ellos un gran interés.
Todos los días, el doctor Chevirev se sentaba, ya al lado de uno, ya al lado de otro, y escuchaba atentamente lo que los enfermos decían. Parecía que también él hablaba mucho; pero, en realidad, nunca decía nada y se limitaba a escuchar.
Todas las noches, desde las diez hasta las seis de la mañana, permanecía en el restorán Babilonia, y era incomprensible cómo tenía tiempo para dormir, para vestirse con tanto atildamiento, para afeitarse diariamente y aun para perfumarse un poquito.
III
Pomerantzev estaba siempre contento de todo y de todos. Además de estar loco, padecía del estómago, de gota y otras muchas enfermedades; a veces el doctor le ponía a régimen; a veces le privaba durante un día entero de todo alimento; pero a Pomerantzev todo esto le tenía sin cuidado. Estaba siempre de buen humor, incluso cuando no le daban nada de comer, y se enorgullecía de sus enfermedades, dándole las gracias al doctor Chevirev por la gota, que consideraba una enfermedad no-