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tes i y e juegan de un modo confuso para nosotros.

Los primeros judíos, según Kayserling, después del destierro, cultivaron muy bien la literatura española, y por eso los tratados, discursos, leyendas..... entonces publicados, tienen una limpieza y gallardía de expresión que á las veces pueden rivalizar con las de nuestros más galanos y correctos escritores sexcentistas. Basta leer los enunciados y títulos de muchas de las obras que contiene la biblioteca de Kayserling para convencerse de ello; pero después el lenguaje se corrompe y desarticula; el léxico cambia, porque muchos vocablos son sustituídos por otros hebreos, persas, turcos, árabes, franceses, italianos.....; se altera el valor preciso de las preposiciones; las concordancias y régimen se vician; la música y la majestad del período se pierde, y todo cae en un barbarismo lamentable. Los judíos instruídos mantuvieron bien el idioma en algunas naciones, como en el Sud de Francia, en Italia y en Holanda, donde se publicaba mucho; pero en Oriente se formó pronto una jerga, especie de lengua vulgar que se conoce ordinariamente con el nombre de «Ladino», «Ladino español», vocablo que, según Rosanes, de Roustchouk, proviene de latino, latinar, ladinar. Traducir al español era y es «meldar en ladino».