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tana; y viendo tanta concurrene:a, se arrepintio.de. baberla provocado.

Mil voces á la vez gritaban diciendo:

—¿Qué ha sido? ¿Qué le han hecho á usted? A dónde están? ¿Quiénes son?

—Ya no hay nadie: os doy las gracias; volveos á vuestras casas. Ya no hay nada: gracias, hijos, gracias por vuestra atencion.

Aquí empezaron algunos á refunfuñar, otros á burlarse, otros á votar, otros á encogerse de hombros, y ya todos se marchaban, cuando llegó uno tan agitado, que apénas podia echar el aliento. Vivia éste casi enfrente de la casa de Inés, y habiéndose asomado á la ventana al oir el ruido, habia visto en el corral aquella confusion de Yos bravos cuando el Canoso trabajaba para reunirlos. Recobrando el aliento, gritó:

—¿Qué haceis aquí, muchachos? El diablo no está en este sitio, sino al último de la calle, en casa de Inés Mondella.

Hay gente armada dentro; parece que quieren matar á un peregrino. Quién sabe qué diablos hay alli?

—¿Qué dices? ¿qué es eso?-preguntan algunos.

Y principia una consulta tumultuosa.

—Conviene ir, es necesario ver. ¿Cuántos somos? ¿Cuántos son ellos? ¿Cuántos son?... ¿El cónsul? ¿Dónde está el cónsul?

—Aquí estoy,-contesta el cónsul en medio de la turba, -aquí estoy: es preciso que me ayudeis, y sobre todo que me obedezcais. Pronto, já dónde está el sacristan? ¡La campana! ¡la campana! Que uno vaya corriendo á Leco para pedir auxilio. Venid aquí todos.

Unos se presentaron; otros deslizándose entre la muchedumbre, tomaron soleta. El alboroto era grande, cuando llegó otro que los habia visto huir, y tambien él á su vez gritaba:

—Corred, muchachos; son ladrones ó bandoleros que huyen con un peregrino. Ya están fuera del pueblo, ¡á ellos! já ellos! A este aviso, sin aguardar más órden, echan á andar todos de tropel hácia la salida del pueblo, y á medida que el ejército se adelanta, muchos de la vanguardia acorian el paso y se van quedando atras, ó se confunden con los del centro. Los últimos avanzan, y por fin llega el enjambre confuso al paraje indicado. Recientes y claras estaban las señales de la invasion; las puertas abiertas, los cerrojos arrancados; pero los invasores habian desaparecido. Entra