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| nuaron en silencio su camino, hasta que por fin desembocaron en una plazuela, delante de la iglesia del convento.

Acercóse Lorenzo á la puerta, y habiéndola empujado suavemente, se abrió, iluminando los rayos de la luna que penetraban en ella la cara pálida y la barba blanca del padre Cristóbal, que los estaba aguardando cuidadoso.

Viendo que nadie faltaba:

—¡Gracias á Dios!-exclamó.

Y les hizo señas de que entrasen. Estaba al lado del religioso otro capuchino, y era el sacristan lego, que cediendo á las súplicas y razones del padre Cristóbal, se habia prestado å velar con él, á dejar entornada la puerta, y á quedar de centinela para acoger á aquellos desgraciados.

Y á la verdad era necesaria toda la autoridad de fray Cristóbal, y su opinion de santo, para determinar al lego á una condescendencia, sobre incómoda, irregular y peligrosa. Así que entraron, entornó el padre Cristóbal otra vez la puerta, y entónces fué cuando no pudiendo resistir ya el sacristan, le llamó aparte susurrándole al oido:

—Pero, Padre, de noche! ¡En la iglesia! ¡Con mujeres!...

¡Cerrar la puerta!... Y la regla?... Pero, Padre! (diciendo esto meneaba la cabeza).

Miéntras pronunciaba con dificultad estas palabras, el padre Cristóbal estaba pensando que si hubiese sido un asesino, perseguido por la justicia, fray Facio no le hubiera puesto dificultad ni embarazo, y á una pobre inocente que huia de las garras del lobo!... «Omnia munda mundis,» dijo luégo volviéndose de repente á fray Facio, sin acordarse que no entendia latin; pero semejante olvido fué justamente lo que produjo su efecto; porque si el padre Cristóbal se hubiera puesto á argüir con raciocinios, no le hubieran faltado á fray Facio razones que oponer, y sabe Dios hasta cuándo hubiera durado la disputa; pero al oir aquellas palabraś, para él misteriosas, y pronunciadas con tanta resolucion, se le figuró que debian contener la solucion de todos sus escrúpulos. Tranquilizóse, pues, y dijo:

—Está bien; usted sabe más que yo.

—Fiese usted de mí,-contesió el padre Cristóbal.

Y á la luz lánguida que ardia delanie del altar, se acercó á sus protegidos, que perplejos estaban aguardando, y les dijo:

—Hijos mios, dad gracias al Señor que os ha librado de un peligro... Quizá en este momento...

Y aquí se extendió explicándoles lo que les habia man-