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laba meditando un delito. Vióle Lucía y estremecióse.

Atravesó con la vista toda la pendiente hasta fijarla en su aldea: buscó la extremidad de ella, descubrió su casita, distinguió la espesa copa de la higuera que sobresalia de la cerca del corralito, vió la ventana de su aposento, y sentada como estaba en el bote, apoyó el codo en ei borde, bajó la frente sobre él como para dormirse, y lloró secretamente.

¡Adios, montañas que salís de las aguas, y vosotras elevadas al cielo cumbres desiguales, que conoce el'que creció á vuestra vista, y que impresas estais en su mente como los objetos más familiares! ¡Adios, torrentes cuyo curso estrepitoso le es tan conocido como el tono de voz de las personas de su familia! ¡Aldeas que blanqueais esparcidas por esas pendientes como rebaños de ovejas, adios! ¡Cuán triste es el trance del que criado entre vosotros tiene que abandonaros! En la imaginacion del mismo que voluntariamente 3e aleja, halagado con la esperanza de próspera fortuna, pierden su atractivo en aquel instante los sueños de grandes riquezas; se admira de haber podido determinarse á partir, y al punto regresaria si no esperara volver presto poderoso. Cuando recorre los llanos, retrae la vista cansada al aspecto de aquella monótona extension, y le parece pesada y sin movimiento la atmósfera. Se introduce con iristeza en las ciudades tumultuosas, y las casas pegadas á otras casas, y las calies que. desembocan en otras calles, fatigan su respiracion, y delante de los magnificos edificios que admira el extranjero, piensa con inquieto deseo en el campo de su país, y en la casita á que de largo tiempo atras tiene echado el ojo para comprarla cuando vuelva rico á sus hogares.

Y qué será de aquel que ni con el deseo momentáneo pasó más allá de aquellas mismas montañas? ¿Y de aquel que á solas ellas redujo todos los proyectos de su futura suerte y á quien aleja una fuerza opresora? ¿Qué será de aquel que, separado de sus más queridos bábitos, y frustrado en sus esperanzas más dulces, deja aquellas montafias para ir en busca de extranjeros que nunca deseó conocer, no pudiendo ni en conjetura figurarse el momento de su vuelta? ¡Adios, casa nativa, en donde con ocultas ánsias aprendió el oido á distinguir de las pisadas comunes el ruido de unos pasos deseados con temor misterioso! ¡Adios, casa todavía extraña, casa mirada tantas veces de paso y no sin rubor, en la que se complace la imaginacion, suponiéndola la morada tranquila y perpétua de una futura