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es la causa de la circunspeccion del historiador; sin embargo, como áun á los hombres más advertidos suele á veces hacerles traicion la memoria, él mismo, sin echarlo de ver, nos ha puesto en camino para descubrir lo que quiso ocultar con tanto empeño. En una parte de la relacion, que nosotros omitiremos como no necesaria para la integridad de la historia, se le escapa decir que aquel pueblo era una villa noble y antigua, á la cual solo faltaba el título de ciudad para serlo; añade luégo inadvertidamente en otro paraje, que pasa por ella el rio Lambro, y además que tiene un arcipreste. Con estos indicios no hay en toda Europa un hombre medianamente instruido que no conozca que aquel pueblo es Monza.

Poco despues de səlir el sol, llegaron nuestros viajeros á Monza. Paró el carretero en un meson, y como práctico del país y conocido del mesonero, hizo disponer un cuarto para los nuevos huéspedes, y los acompañó á él. Despues de darle Lorenzo las gracias, trató de recompensarle; pero aquél, lo mismo que el barquero, se negó á recibir recompensa alguna. Contando con la del cielo, retiró la mano, y como huyendo, marchó á cuidar de su bestia.

Despues de una prima noche como la que hemos descrito, y del resto de ella, como cualquiera puede figurarse, pasada en gran parte con pensamientos tristes, con temor contínuo de algun acontecimiento desagradable en el silencio y oscuridad, y entre el violento traqueteo del incómodo carruaje, que sacudia á los viajeros en el momento en que empezaba á vencerlos el sueño, á la inclemencia de un fresco más que otoñal, les supo bien descansar en el banco de una pieza medianamente resguardada del aire. Aquí comieron alguna cosa correspondiente á la penuria de los tiempos, á los escasos medios en proporcion de las urgentes necesidades, á un porvenir incierto y al poco apetito.

Acordáronse todos sucesivamente del banquete que dos dias ántes esperaban tener, y cada uno á su vez dió un profundo suspirc. Lorenzo hubiera querido detenerse á lo ménos todo aquel dia, ver á las dos mujeres acomodadas, y asistirlas en aquellas primeras diligencias; pero el padre Cristóbal habia encargaio á las dos que le enviasen inmediatamente á su destino: alegaron de consiguiente dichas órdenes, con otras muchas razones, á saber, que la gente hablaria más de lo regular; que cuanto más tardase en irse, tanto mayor seria el sentimiento de todos al separarse, que podia volver presto á verlas, y en fin, tanto di-