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| jeron, que el jóven determinó marcharse. Concertaron, pues, las cosas más por menor; Lucía no ocultó sus lágrimas; Lorenzo pudo apénas reprimir las suyas, y apretando las manos á Inés, dijo con voz ahogada: «jAdios!» y marchóse.

Mas empantanadas se hubieran hallado las dos mujeres, á no haber sido por aquel buen carretero que tenía órden de conducirlas al convento, dirigirlas y asistirlas en todo cuanto hubiesen necesitado. Guiadas por él se encaminaron, pues, al convento, que, como todos saben, dista de Monza un corto paseo. Llegados á la portería, el carretero tiró de la campar.illa é hizo llamar al Guardian, que no tardó en presentarse y recibir la carta.

—Hola, fray Cristóbal!-dijo conociendo la letra.

El tono de la voz y los moyimientos de la cara indicaban claramente que pronunciaba el nonbre de un grande amigo suyo.

Es indudable que el padre Cristóbal en aquella carta recomendaria con mucho calor á las dos mujeres, y referiria circunstanciadamente su desgracia, porque el padre Guardian daba de cuando en cuando muestrag de sorpresa y de indignacion, y levantando los ojos, miraba á las dos mujeres con expresion de lástima y de interes. Así que acabó de leer la carta, estuvo algun poco pensativo, y luégo dijo para sí:

—No hay sino la señora... como la señora tome sobre sf este empeño...

Llamó luego á la madre algunos pasos aparte en el atrio del convento, le hizo algunas preguntas, á las que Inés satisfizo, y volviéndose despues á Lucía, dijo á las dos:

—Amigas mias, yo buscaré, y espero encontraros un asilo más que seguro y honesto, hasta que Dios disponga otra cosa mejor. ¿Quereis venir conmigo? Contestaron las dos respetuosamente qne sí, y el Padre continuó diciendo:

— Vamos al convento de la señora; pero quedaos álgunos pasos atras, porque la gente se complace en murmurar de los religiosos, y quién sabe los cuentos que forjarian si viesen al padre Guardian por la calle con una muchacha hermosa, quiero decir, con mujeres.

Con esto marcho delante. Lucía se puso colorada, y el carretero se sonrió mirando á Inés, á quien tambien se le escapó una ligera sonrisa, y en cuanto estuvo el Padre á cierta distancia, los tres echaron á andar, siguiéndole con unos diez pasos de separacion. Preguntaron entónces las