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viere á bien haceros, y cuando no os pregunte, dejadme hablar á mí.

Entraron en un cuarto bajo, de donde se pasaba al lG- cutorio, y ántes de entrar en él, dijo el Padre en voz baja, señalando la puerta: «aquí está,» como para recordar á las dos mujeres las advertencias que acababa de hacerles.

Lucía, que nunca habia visto un convento, así que puso el pié en el locutorio, miró á todas partes, y no viendo persona alguna quedó como alelada. Advirtiendo que el Padre se dirigia á un punto, y que Inés le seguia, volvió los ojos á aquel paraje, y vió un agujero cuadrado á mancra de media ventana con dos rejas muy gruesas, distantes una de otra como cosa de un palmo, y detras de ellas una monja en pié. Su aspecto representaba una mujer de unos veinticinco años, que podia llamarse hermosa; pero de una hermosura abatıda y casi ajada. Ceñíale la cabeza un velo negro que caia á derecha é izquierda separado algun tanto de la cara. Debajo del velo, una toca de blanquísimo lienzo cubria hasta la mitad su frente, que era de distinta, mas no de inferior blancura, y bajaba rodeándole el rostro con menudos pliegues hasta dar vuelta por bajo de la barba, extendiéndose por el pecho lo suficiente para cubrir el escote de una túnica negra. Pero aquella frente denotaba de cuando en cuando en sus arrugas cierta contraccion dolorosa, y entónces dos negrísimas cejas se acercaban entre sí con rápido movimiento.

A veces sus ojos, tambien negrísimos, se fijaban imperiosamente como para escudriñar los pensamientos de la persona á quien se dirigian, y otras, se bajaban de pronto como para ocultar los suyos. En algunos instantes, un observador experimentado hubiera creido que solicitaban afecto, correspondencia, compasion, y otras, se hubiera figurado deseubrir en ellos señales de un odio inveterado y reprimido, y áun ciertos indicios de ferocidad. Cuando estaban parados, porque ella no fijase la atencion en cosa alguna, denotaban cierto desden orgu!llo8o, la preocupacion de un sentimiento profundo, 6 tal vez el contínuo torcedor de una pena más poderosa que los objetos que tenía delante. Aunque el contorno de su palidisimo rostro era delicado y fino, se advertia en sus mejillas cierto caimiento y flaqueza, resultado al parecer de una lenta extenuacion.

Los labios, aunque apénas teñidos de un levisimo color de rosa, sobresalian en la palidez del semblante, y sus movimientos, iguales á los de los ojos, eran vivos, prontos y ilenos de una expresion misteriosa. El continente de su