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persona, alta y bien formada, desmerecia algun tanto por cierto descuido y abandono habitual, 6 chocaba por varios movimientos repentinos, irregulares, impropios, no sólo de una religiosa, sino de cualquiera mujer; y hasta en su modo de vestir se echaba de ver por una parte mucho estudio, y por otra no poco desaliño, lo que manifestaba una monja de un carácter original.

Llevaba la túnica con afectacion secular, y dejaba salir por entre la toca la extremidad de un negro rizo en la sien, que indicaba olvido, ó acaso desprecio de la regla que prescribia tener siempre bien rapado el pelo, como quedaba en la ceremonia de la profesion.

Nada de esto notaron las dos mujeres, que no sabian distinguir monja de monja, y el padre Guardian, que no era la primera vez que veia á la señora, estaba ya acostumbrado, como otros muchos, á aquella irregularidad de su hábito y modales.

Estaba entónces, como acabamos de decir, de pié cerca de la reja, apoyada lánguidamente en ella con la mano, cruzando por las aberturas sus candidisimos dedos, y con la cara inclinada para ve: á los que entraban.

—Madre reverenda é ilustre señora,-dijo el padre Guardian con la cabeza baja y una mano en el pecho,-esta es la pobre jóven, por quien no creo haber implorado en balde su proteccion, y esta es su madre.

Las dos no cesaban de hacer grandes reverencias, hasta que la señora, haciéndolas señas de que bastaba, se volvió al Padre, diciendo:

—Tengo mucha satisfaccion en poder servir á nuestros buenos amigos los padres capuchinos; pero sírvase usted contarme por menor el caso de esta jóven para ver mejor lo que podré hacer por ella.

Lucía se puso colorada y bajó la cabeza.

—Ha de saber usted, madre reverenda...-empezó á decir Inés.

Pero el Padre la cortó la palabra con una mirada, y contestó de esta manera:

—A esta jóven me la recomienda, como ya he dicho, uno de mis hermanos. Ha tenido que salir de oculto de su país, por librarse de graves peligros, y necesita por algun tiempo de un asilo en que pueda vivir sin que se sepa su paradero, y en donde nadie se atreva á venir á molesiarla, áun cuando...

—Y qué peligros son esos?-inlerrumpió la señora.- Perdone usted, Padre guardian: no me diga las cosas tan