Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/126

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 114 —

enigmáticamente; ya sabe usted que las monjas somos curiosas, y deseamos saber las historias con todos sus pelos y señales.

—Son peligros-contesté el Guardian-que á los castos oidos de la reverenda madre deben indicarse apénas...

—Cierto, cierto,-dijo apresuradamente la monja poniéndose algun poco colorada.

¿Efecto acaso de rubor? El que hubiese visto la rápida expresion de despeclho que acompañó á aquella alteracion, tal vez lo hubiera dudado, y mucho más, comparándole con e! que de cuando en cuando coloreaba la cara de Lucia.

— Bastará decir-prosiguió el Guardian-que un caballero prepotente... No todos los grandes de este mundo emplean los bienes que Dios les ha concedido en honra y gloria suya y en utilidad del prójimo, como lo hace la señora... Un caballero prepotente, despues de haber perseguido largo tiempo á esta infeliz, para seducirla, viendo por último que todo era inútil, tuvo valor de perseguirla abiertamente por medios violentos, de manera que la pobre se ha vistlo precisada á huir de su casa.

—Acércate, niña,-dijo la señora á Lucía, haciéndola señas con el dedo.-Sé que el padre Guardian es la boca de la verdad; pero nadie mejor que tú puede estar al corriente de este negocio. Tú, pues, debes ahora decirnos si efectivamente aquel caballero era para tí un perseguidor odioso.

En cuanto á acercarse, obedeció Lucia inmediatamente; mas por lo que toca á responder, ya era otra cosa. Una pregunta de aquella naturaleza la hubiera puesto en confusion, áun cuando se la hubiera hecho una persona igual á ella; pero hecha por aquella señora, y con cierto tonillo como de duda, la dejó enteramente sin ánimo para responder.

—Señora... Madre reverenda...-dijo con voz trémula.

Y como daba indicio de no poder proseguir, Inés, que seguramente, despues de su hija, era la que mejor debia estar impuesta, se creyó autorizada para ayudaria, por lo cual tomó la palabra diciendo:

—Señora, yo puedo asegurar en mi alma que mi hija odia á aquel caballero más que el diablo al agua bendita; quiero decir que él era el diablo. Vuestra señoria me perdonará si hablo mal, porque nosotras somos gente como Dios nos ha hecho. El caso es que esta pobre muchacha estaba para casarse con un mozo, igual nuestro, hombre de bien, timorato, y bastante acomodado; y si el señor