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-Dejémonos de cumplimientos; yo tambien, en caso de necesitarlo, me valdria del favor de los padres capuchinos; al cabo,-continuó con una sonrisa equívoca,-ino somos nosotros hermanos y hermanas? Con esto llamó á una de sus criadas legas, pues por un privilegio especial se le concedian dos, y le mandó que diese noticia de todo á la madre Abadesa, y que llamando despues á la demandadera, acordase con ella y con Inés las medidas correspondientes. Dió licencia á ésta para que se retirase, se despidió del capuchino, y se quedó sola con Lucia. El Guardian acompañó á Inés hasta la puerta principal, haciéndole de paso algunas advertencias, y se volvió á su convento á contestar á la carta del padre Cristóbal.

—iQué cabecilla es la tal monja!-decia para sí en el camino.-¡A la verdad que es rara! Pero el que sabe acomodarse á su genio hace de ella lo que quiere. Sin duda no se aguardará mi amigo fray Cristóbal que yo le haya servido tan presto. ¡Qué excelente religioso es! ;Qué empeño toma siempre en hacer bien á los desgraciados! Ya verá él que aqui tambien nosotros valemos alguna cosa.

La monja, que delante de un anciano capuchino habia estudiado todas las acciones y palabras, en cuanto se quedo mano á mano con una pobre aldeana, muchacha sin experiencia ni conocimiento del mundo, no puso ya el mayor cuidado en contenerse, y sus discursos llegaron á ser al úitimo tan extraños, que en vez de trasladarlos, creemos más oportuno relatar sucintamente su historia, esto es, lo que baste para que se comprenda la razon de cierto carácter misterioso que hemos notado en ella, y los motivos de su conducta en los hechos que tendremos que referir en adelante.

Era esta la hija menor del principe de, magnate de Milan, y uno de los más ricos de aqueila ciudad; pero por el exagerado concepto de su calidad, consideraba sus riquezas apénas suficientes para sostener el decoro de su casa, y su grande empeño era el de conservarlas perpétuamente reunidas en el estado en que se hallaban entónces. No consta per la historia cuántos hijos tenia; sóło resulta que habia destinado al claustro á todos los segundos de ambos sexos, para que los bienes recayesen sin disminucion en el primogénito que habia de perpetuar el nombre de la famiha, esto es, engendrar hijos para saerificarlos luégo de la misma manera con vocacion ó sin ella.

La de que hablamos aún no habia salido del vientre de