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su madre, cuando ya su suerte estaba echada para siempre; sólo faltaba decidir si sería fraile ó monja, porque para esto se necesitaba su presencia. Cuando salió á luz, queriendo el Principe su padre ponerle un nombre que despertase la idea del claustro y fuese de una santa de ilustre prosapia, la llamó Gertrudis. Los primeros juguetes que se pusieron en sus manos fueron muñecas vestidas de monjas, y estampas de monjas, encargándole siempre que las cuidase mucho. Cuando el Principe, la Princesa 6 el heredero, que era el único de los varones que se criaba en casa, querian alabar la bella presencia de la niña, no hallaban mejor modo de expresarse que el decir: «;Qué hermosa abadesa!»

Pero ninguno jamás le dijo tú debes ser monja, porque era cosa ya decidida y tocada sólo por incidente todas las veces que se hablaba de su destino futuro. Si alguna vez la niña Gertrudis cometia algun acto de orgullo á que propendia su carácter dominante y altivo: «Eres todavía demasiado niña, le decian; cuando seas abadesa, entónces mandarás á zapatazos.» Cuando otras veces el Principe la reprendia por ciertos modales algo libres, que igualmente solian ser de su gusto: «Ea, le decia, esos no son modales de una niña de tu clase; si quieres que algun dia te respeten como conviene, acostúmbrate desde ahora á guardar más decoro; acuérdate que en todos los casos debes ser siempre la primera del convento, porque la sangre debe distinguirse donde quiera.»

Palabras de esta clase imprimian en el cerebro de la niña la idea implícita de que debia ser monja; pero las que pronunciaba su padre hacian más efecto que todas las demas juntas. Los modales del Principe eran habitualmente los de un amo severo; y cuando se trataba del estado futuro de sus hijos, se notaba en su rostro y en sus palabras una inflexibilidad de carácter, una ambicion suspicaz de autoridad que infundia la idea de una absoluta obediencia.

A la edad de seis años, Gertrudis fué colocada, no sólo para su educacion, sino tambien para encaminarla á la voi cacion que se le impuso, en el convento en que la hemos visto; y la eleccion no fué sin misterio.

El buen carretero que condujo á Lucía y á su madre á Monza, dijo que el padre de la señora era el primer personaje de aquella ciudad, y combinando esta asercion, valga por lo que valiere, con algunas indicaciones que de cuando en cuando se le escapan por descuido á nuestro anónimo, podemos inferir que era el señor feudal de aquel territorio. Como quiera que sea, su autoridad alli era muy gran- 3.