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rosa y suplicante, como para pedirle que no terminara la frase; pero el Principe prosiguió sin detenerse:

—Está resuelta á tomar el velo.

—¡Bien! ¡muy bien!-exclamaron á una voz la madre y el hijo.

Y uno tras otro abrazaron á Gertrudis, la cual recibió semejantes demostraciones con lágrimas. Entónces el Príncipe se extendió hablando de lo que haria para que fuese lisonjera y ostentosa la suerte de su hija. Hizo mérito de las distinciones con que sería tratada en el convento y en todo el país; añadió que viviria como una reina, representando en algun modo á la familia; que apénas lo permitiese la edad, sería elevada á la dignidad suprema, y que entretanto sólo estaria subordinada en el nombre. La madre y el hermano repetian de cuando en cuando las congratulaciones y los elogios, y á Gertrudis le parecia que estaba soñando.

—Convendrá luégo-dijo el Prííncipe-fijar el dia para ir á Monza á entablar la solicitud con la Abadesa. Qué contenta estará! Y no hay duda de que todo el convento se penetrará de la honra. que le hace Gertrudis... Me ocurre ahora que pudiéramos ir hoy mismo; con eso tomaria Gertrudis un poco de aire.

—Vámonos,-dijo la Princesa.

—Voy á prevenirlo todo,-añadió el hijo.

—Pero...-dijo con voz sumisa Gertrudis.

—Poco á poco,-interrumpió el Principe;-dejemos que lo decida ella misma. Quizá no se halle hoy muy dispuesta y prefiera aguardar á mañana.

—Si, mañana,-contestó con tristeza Gertrudis, á quien áun se le figuraba ganar mucho con tomarse aquel corto intervalo.

—Mañana, pues,-dijo el Principe con tono de decision;-Gertrudis quiere que sea mañana. Yo iré entretanto á pedir al Vicario de las monjas que señale dia para el exámen.

Dicho y hecho; salió el Príncipe, y efectivamente fué á verse con el Vicario, que convino en que fuese dentro de dos dias.

En todo el resto de aquel no tuvo Gertrudis dos minutos de descanso. Hubiera deseado recogerse en sí misma, examinar su corazon, meditar sobre lo que habia hecho y lo que le quedaba por hacer, saber ella misma lo que queria; en una palabra, detener aquella máquina, que, apénas puesta en movimiento, caminaba con tal precipitacior.;