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pero no fué posible, porque las ocupaciones se sucedian sın intermision unas á otras. Coneluido el solemne coloquio de que acabamos de hablar, la condujeron al gabinete de la Princesa su madre, para que ali la vistiese y ataviase su propia camarera. Aún no estaba concluida la operacion, cuando llamaron á la mesa. Pasó Gertrudis entre las reverencias de los criados, que manifestaban darle el parabien por su restablecimiento, y halló varios parientes de los mås cereanos que habian sido convidados à toda prisa para obsequiarla, felicitindola al mismo tiempo por las dos buenas noticias, esto es, la de haber recobrado la salud, y haber manifestado su vocacion.

La expósita (yue asi llamaban à las muechachas que iban á entrar monjas, y con este nombre acogieron á Gertrudis al entrar en el comedor), la expésita tuvo mucho que hacer para contestar á los cumplimientos que se le dirigian. Bien conocia que todas aquellas contestaciones eran otros tantos empeños; pero ¿cómo responder de otra manera? Levantados los manteles, llegó la hora de pasear. Gertrudis entró en el coche con su madrey con dos tios suyos, que habian asistido al convite. Despues del paseo acostumbrado, pararon en la calle Marina. que entónces cruzaba el lerreno que ocupan ahora los jardines públicos, y era el punto donde se reunian en coche los princpales del pueblo á recrearse. Los tios hablaron mucho á Gertrudis del asunto del dia, y uno de ellos, que al parecer tenia mayor conocimiento que el otro de todas las personas, de todos los coches, de todas las libreas, y que á cada paso se le ofrecia aigo que decir, ya de un caballero, ya de una dama, interrumpió de repente su relacion, y vuelto á la sobrina, le d:ijo:

—jAh, picaruela! tú lo entiendes: das un puntapié á todas estas fruslerias; nos dejas à nosotros los pobres mundanos en el atolladero; vas à hacer una vida feliz, y al paraíso en coche.

Al anochecer volvieron á casa, y bajando los criados las escaleras con las hachas encendidas, avisaron que habia muchas visitas esperando. Estaba ya divulgada la noticia, y los parientes y amigos iban á cumplir con los deberes de la urbanidad. Entro Gertrudis con los que la acompañaban en el salon de recibimiento, y la «expósita» fué el idolo, 6 por mejor decir, la víctima de aquella concurrencia. Cada uno se esmeraba en entretenerla: unos apalabraban los dulces, otros ofrecian visitarla: hab:a quien ha- 9.