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segundo, y allí se vió abierta de-par en par la puerta del claustro interior, y ocupada enteramente por monjas. Estaba en primera línea la Abadesa rodeada de ancianas; detras las demas monjas confundidas unas con otras, algunas de ellas de puntillas, y al último las legas subidas en bancos.

Veíanse asimismo de trecho en trecho brillar algunos ojillos, y asomar entre las tocas algunas caritas, y estas eran las educandas más diestras y atrevidas que habian sabido hallar un agujero para ver tambien ellas alguna cosa.

De cuando en cuando salian de aquella muchedumbre exclamaciones, y se veian menearse manos y pañuelos en señal de parabien y de alegria. Llegados á la puerta, Gertrudis se halló cara á cara de la madre Abadesa, la cual, despues de los cumplimientos de estilo, le preguntó con un modo entre halagüeño y majestuoso, qué era lo que pedia en aquel sitio donde nada podia negársele.

—Aqui vengo...-empezó Gertrudis.

Pero al pronunciar las palabras que debian decidir casi irrevocablemente su suerte, titubeó un momento, quedando con los ojos fijos en la muchedumbre que tenía delante. Divisó en aquel punto á una de sus compañeras que la miraba con cierto aire de compasion, mezelado con un poquito de malicia, como si dijera: «Cayó por fin la que echaba tantas bravatas.» Despertando esta vista en ella sus antiguos sentimientos, le infundió tambien un poco de su antiguo ánimo; por manera que ya estaba buscando una respuesta cuaiquiera, diferente de la que le habian prescrito, cuando al levantar la vista hácia el Principe casi para experimentar sus fuerzas, advirtió en su aspecto una inquietud tan profunda y una impaciencia tan mal comprimida, que, decidiéndose por temor con la misma rapidez con que huiria á la vista de un objeto horribie, prosiguió:

—Aqui vengo á solicitar el hábito religioso en este convento en donde he sido educada con tanto cariño.

A esto respondió innmediatamente la Abadesa, que sentia mucho que el estatuto la impidiese en aquel caso darle al instante una respuesta que debia ser el resultado de los sufragios comunes de las madres, y á la cual debia preceder la licencia de los superiores; pero que Gertrudis con0- cia sobradamente la consideracion con que la distinguian en aquel sitio, para prever cuál sería dicha respuesta, y que entretanto ningun reglamento impedia á la Abadesa y á las demas religiosas mauifeslar el placer que les causaba