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- | semejante solicitud. Levantóse entónces un murmullo confuso de congratulaciones y de aplausos. Vinieron luégo grandes bandejas de dulces, que se presentaron primero á la expósita y despues á los padres, y miéntras algunas monjas la confundian á abrazos, otras cumplimentaban á la madre y otras al mayorazgo. La Abadesa hizo suplicar al Príncipe que pasase al locutorio, en donde le aguardaba.

Acompañábanla allí dos ancianas, y en cuanto le vió venir:

—Señor Principe,-dijo,-para obedecer á la regla y cumplır con una formalidad indispensable, aunque en este caso... pero debo decirle que siempre que una jóven pide el hábilo .. la Superiora, cargo que yo indignamente ocupo, tiene la obligaeion de advertir á los padres... que si por casualidad violentesen... la voluntad de su hija, incurririan en excom.union... Me perdonará...

—Muy bien, muy bien, reverenda madre! aplaudo su exactitud: es muy justo; pero usted no puede dudar...

—iSeguramente, señor Principe!... He hablado sólo por cumplir con mi obligacion precisa... Por lo demas...

—Cierto, cierto, madre Àbadesa...

Pronunciadas entre los dos interlocutores estas pocas palabras, se hicieron recíprocamente una profunda reverencia, separándose como si los dos sintiesen prolongar aquel coloquio, y cada uno se retiró á su puesto, el unofuera y el otro dentro del claustro.

—Ea,-dijo el Principe,-Gertrudis tendrá presto toda la comodidad para gozar de la compañía de estas buenas madres: ya las hemos molestado demasiado.

Y haciendo una reverencia, manifestó querer ausentarse:

la familia se puso en pié, se renovaron los cumplimientos y partieron.

A la vuelta no tenía Gertrudis mucha gana de hablar.

Asustada con el paso que habia dado, avergonzada por su cobardía é irritada contra los demas y contra sí misma, calculaba las ocasiones que todavía le quedaban para decir que nó, y se proponia débil y confusamente ser en una ú otra más fuerte y más decidida.

No tardaron en llegar á Milan, y entre comer, hacer algunas visitas, disfrutar algun poco del paseo y de la tertulia, se pasó enteramente aquel dia. Al concluirse la cena, puso el Príncipe á exámen un negocio importante, que era la eleccion de madrina. Así se llamaba, y áun se llama en el dia, la dama que, elegida por los padres, se constituye guarda y guía de la jóven que entra monja; y su encargo en el tiempo que media entre la solicitud y vestir el hábito,