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CAPÍTULO XI.

Como los perros, despues de haber corrido inútilmente una liebre, vuclven jadeando, con la cola caida y las orejas bajas, del mismo modo en aquella alborotada noche volvieron los bravos al palacio de D. Rodrigo, el cual estaba á oscuras, dando paseos en un camaranchon que caia á la llanura. Parábase de cuando en cuando á oir y mirar por las rendijas de las toscas ventanas con grande impaciencia y no sin inquietud, no tanto por lo dudoso del éxito, cuanto por las resultas que pudiera muy bien tener, porque la empresa era una de las niás graves que hasta entónces habia intentado el buen caballero. Sin embargo, se iba animando con las precauciones que se habian tomado para que no quedase indicio alguno del hecho. En cuanto á las sospechas, se reia de ellas.

—¿Quién serå-decia-el valiente que se atreva á venir aqui, para averiguar si hay 6 no una muchacha? Venga cualquiera, que seră bien recibido. ¿Que venga el fraile? Que venga. ¿La vieja? La vieja, que vaya á Bérgamo. ¿La justicia? ¡Qué, la justicia! El Podestá no es ni un muchacho, ni un loco. Y en Milan? ;Milan! quién se cuida en Milan de tales gentes? ¿quién les dará oidos? Nadie sabe siquiera que existen; ni tienen un amo. que pueda clamar por ellas. Vaya, vaya, fuera miedo. ¡Cómo se quedará por la mañana el conde Atilio! Ahi verá si yo soy hombre de chapa. En fin, si hubiese algun tropiezo... ¿Qué sé yo?...

Si algun enemigo quisiese aprovechar la ocasion... Tambien Atilio podrá aconsejarme... En ello se interesa el honor de toda la parentela.

Pero el pensamiento en que más se detenia, porque en él hallaba mejor solucion de sus dudas, y tambien un alimento á su pasion principal, era el de los halagos y las promesas con que esperaba vencer á Lucía.

Miéntras hacía esta cuenta sin la huéspeda, oye pisadas, abre un poquito la ventana, se asoma y dice:

—¡Ellos son!... ¿Y ia litera?... ¡Qué diablos! ¿dónde estará la litera... tres... cinco... ocho; allí vienen todos.

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