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ol honor de familia y la amistad del primo, segun las ideas que tenía de la amistad y del honor, hablaba con desahogo y franqueza, y no podia ménos de reirse de cuando en cuando de la aventura de D. Rodrigo; pero éste, como se trataba de causa propia, no tenía gana de fiestas, y agitando en su cabeza pensamientos más graves, decia:

—iQué de habladurías habrá en todos los alrededores! Pero á mí iqué me importa? En cuanto á la justicia, tampoco temo: pruebas no las hay, y áun cuando las hubiera, me reiria de ellas. De todos modos esta mañana he hecho prevenir al Cónsul que se guarde bien de dar cuenta al Podestá de lo sucedido; pues siempre es mejor que se hable del asunto lo ménos posible.

—Bien hecho!-respondió el Conde,-porque aunque seas amigo del Podestá, si le van con una delacion... ;Y qué testarudo es!

—Sí,-dijo D. Rodrigo con seriedad;-por eso tú siempre le contradices, te burlas de él, y á veces le aburres.

¡Qué diablos! ¿un Podestá no puede ser algo bestia y terco, si en lo demas es un hombre de bien?

—¿Sabes tú lo que digo? que me parece que tienes tu poquito de miedo.

—iQué miedo! ¿No me has dicho tú mil veces que conviene contemporizar en muchas ocasiones?

• -Sí, lo he dicho; y para que veas que soy consecuente, hoy mismo voy á ver al Podestá, y á darle razon en todo.

Por otra parte, más necesidad tiene él de nuestra proteccion que nosotros de su condescendencia.

Despues de estas y otras pláticas de la misma naturaleza salió el Conde á cazar, y D. Rodrigo estuvo aguardando con ánsia al Canoso, que por fin cerca de la hora de comer vino á dar cuenta de lo que habia hecho.

La gresca de aquella noche habia sido tan ruidosa, y la ausencia de tres personas en un pueblo de corto vecindario era un hecho tan notable, que las indagaciones, ya por intereses, ya por curiosidad, debian precisamente ser muchas y repetidas: por otra parte, los que algo sabian eran en demasiado número para que todos se conviniesen en no hablar. No podia Perpetua asomarse á la puerta sin que le preguntasen quiénes eran los que habian metido tanto miedo á su amo. La misma Perpetua, repasando en su mente todas las circunstancias del suceso, y conociendo cómo Inés la habia embromado, se encolerizó tanto por semejante perfidia que necesitaba un poco de desahogo.

Es cierto que no se quejaba del modo con que la habian