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embaucado, porque acerca de esto guardaba el más profundo silencio; pero no podia callar el tiro hecho á su amo, y sobre todo por haberle dado aquel chasco un mozo que pasaba por hombre de bien, y una viuda que se tenfa por muy honrada. Gervasio, que estaba ufano por haber pasado un gran susto, y por haber cooperado á una cosa que olia algo á criminalidad, se consideraba ya un hombre como los demas, reventaba por alabarse de ello, y aunque su hermano Antoñuelo, que temia á los escribanos más que á los jueces, le inclinase al silencio, amenazándole con el puño cerrado, no podia taparle la boca. Antoñuelo tambien, como aquella noche se habia retirado á su casa más tarde de lo que acostumbraba, con un semblante y una agitacion que le obligaba á la sinceridad, no pudo ocultar el hecho á su mujer, que por cierto no era muda.

El que habló ménos de todos fué Mingo; porque apénas principió á contar á sus padres la historia y el objeto de su expedicion, tuvieron por cosa tan peligrosa el que un hijo suyo se hallase mezclado en una trama cuyo. objeto era frustrar un proyecto de D. Rodrigo, que no dejaron que el muchacho concluyese su narracion, imponiéndole perpétuo silencio con graves amenazas; y el dia siguiente, pareciéndoles que todavía no estaban bien seguros, determinaron no dejarle salir de casa en algun tiempo; ¿pero qué importaba? si ellos mismos hablaban con los vecinos, y sin querer aparentar que sabian más que los otros, cuando se trataba del punto oscuro de la fuga de los tres ausentes, de cómo, de cuándo y adónde, añadian, como cosa sabida, que se habian refugiado en Pescarénico; y ásí e3sta circunstancia se agregó tambien á las noticias que corrian.

Con todos estos retazos de noticias, zurcidos luégo, como suele suceder, y la franja que se les pega naturalmente al coserlos, habia bastante para forjar una historia, igual á muchas que suelen forjarse tambien en nuestros dias; pero lo que dejaba la historia todavía oscuro y embrollado era el hecho de la invasion de los bravos, accidente del cual nadie tenía una noticia exacta, aunque demasiado ruidoso para poderie separar del resto. Entre los susurros andaba el nombre de D. Rodrigo, y en esto todos estahan de acuerdo; pero en lo demas variaban los datos. Se hablaba mucho de los bandoleros que se vieron al anochecer, y del que estaba á la puerta de la taberna; preguntaban al tabernero quiénes fueron los concurrentes de la noche anterior; pero el tabernero ni se acordaba haber visto gente, ni dejaba concluir, diciendo que la taberna era un puerto