Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/166

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 154 —

| llamado el Duomo, que por la distancia no parecia fundado on medio de una ciudad, sino en un desierto. Olvidando por un instante sus males; se paró á contemplar aquella octava maravilla de que habia oido hablar tanto desde su infancia; pero volviendo despues la vista atras, vió en el horizonte aquella cordillera de montañas, y distinguiendo entre ellas por su elevacion el Resegon, se le heló la sangre en las venas: estuvo mirando con tristeza algun tiempo tan caros lugares, y suspirando profundamente, prosiguió su camino.

Poco despues empezó á descubrir las torres, las cúpulas y los tejados; bajó entónces al camino, anduvo todavia algun trecho, y cuando conoció que estaba muy cerca de la ciudad, se acercó á un caminante, y saludándole lo mejor que supo, le llamó la atencion diciendo:

—Perdone usted, caballero...

—¿Qué se te ofrece, amigo?

—¿Podria usted darme razon del camino más corto para ir al convento de capuchinos en donde está el padre Buenaventura? La persona á quien se dirigió Lorenzo era un habitante acomodado de las inmediaciones, que, habiendo ido por la mañana á Milan á sus negocios, se volvia más que de prisa sin haber hecho cosa alguna, deseando tanto hallarse en ! su casa, que de buena gana hubiera evitado aquella detencion; sin embargo, sin manifestar impaciencia, rontestó con agrado:

—Amigo mio, hay más de un convento de capuchinos.

Es preciso que me digas cuál es el que buscas.

Sacó entónces Lorenzo la carta del padre Cristóbal y se la entregó al caballero, el cual habiendo leido en el sobre «Puerta Oriental,» se la devolvió diciendo:

—Tienes fortuna: el convento que buscas está cerca:

debes tomar esa vereda á la izquierda; algo más adelante encontrarás un edificio muy largo y bajo, que es el Lazareto, y siguiendo el foso que le rodea, irás á parar á la Puerta Oriental: entra por ella, y á los trescientos 6 cuatrocientos pasos, verás una plazuela con álamos; allí está el convento: es imposible equivocarse. Véte con Dios.

Y acompañando estas últimas palabras con una cortesía, prosiguió su camino. Quedó admirado Lorenzo al ver el buen modo con que los milaneses trataban á los forasteros; pero ignoraba que aquel era un dia fuera de lo ordinaris, en que los señores más orgullosos y desatentos procuraban manifestar atencion y popularidad. Siguió el camino