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Llegaba en tanto gente de afuera, y acercándose á la mujer uno de los que venian, le preguntó dónde se iba á 0oger el pan.

—Más adelante,-contestó la mujer; y estando aquellos á unos diez pasos de distancia, añadió refunfuñando:-Es-

  • tos bribones de forasteros vendrán á limpiar todos los hornos y almacenes, y nada quedará para nosotros.

—Calla, mujer,-dijo el marido;-ya que bay abundancia, deja que todos la disfruten.

Por esto y otras cosas semejantes, que vió Lorenzo, empezó á conocer que se hallaba en una ciudad sublevada, y que aquel era un dia de rebatiña, es decir, que cada uno tomaba lo que queria, segun su voluntad y su fuerza, dando en pago empellones y golpes. Por más que deseamos que nuestro serrano haga buen papel en la historia, no podemos dejar de decir que su primer sentimiento fué el de cemplacencia. Debia tan poco al estado ordinario de las cosas, que se inclinaba á probar todo lo que pudiera contribuir á mudarle, fuese como fuese. Por otra parte, como no era hombre de luces superiores á las de su siglo, vivia en la absurda opinion de que los panaderos tenian la culpa \ de la escasez del pan: de consiguiente, creia justo cualquiera medio que se emplease para quitarles el alimento que ellos, segun su concepto, negaban al hambre de toda una poblacion.

Sin embargo, se propuso no meterse en la gresca, y se alegró de ir dirigido á un capuchino que le proporcionaria un asilo tranquilo y seguro. Con esta idea, y mirando á los nuevos conquistadores, que se iban presentando cargados de despojos, anduvo el breve camino que le quedaba para llegar al convento.

En donde se ve ahora un magnífico palacio con su hermoso pórtico, habia entónces y duraba no hace muchos años una plazuela, en cuya extremidad estaban la iglesia y el convento de capuchinos con cuatro frondosos álamos delante. Nosotros felicitamos, y no sin envidia, á la porcion de nuestros lectores que no ha visto las cosas en aquel estado, porque quiere decir que son muy jóvenes, y por falta de tiempo habrán dejado de hacer no pocos disparates. Llegóse Lorenzo en derechura á la puerta, se meió en el pecho el medio pan que le quedaba, sacó la carta, y tiró de la campanilla. Abrió el padre portero la rejilla, se asomó á ella, y preguntó quién era.

—Un forastero-respondió Lorenzo-que trae al padre Buenaventura una carta urgente del padre Cristóbal."