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--Démela,-dijo el portero, metiendo la mano por la rejilla.

—No, no,- contestó Lorenzo,-debo entregársela en sus propias manos.

—No está en el convento,-replicó el portero.

—Déjeme usted entrar,-dijo Lorenzo,-que abíle aguardaré.

—Podeis aguardarle en la iglesia,-contestó el fraile,- y no os vendrá mal el que entretanto receis un poco: por ahora no se permite entrar en el convento.

Diciendo esto cerró la rejilla.

Quedóse Lorenzo como un tonto con su carta en la mano: dió diez 6 doce pasos hácia la iglesia para seguir el consejo del padre portero; pero quiso ántes ver otro poco la bulla. Atravesó con efecto la plazuela, se puso en la acera de la calle, y con los brazos cruzados se paró á mirar á la izquierda hácia lo interior de la ciudad, en donde era mayor el alboroto. El torbellino atrajo al curioso.

—Vamos á ver,-dijo,-un poquito más adelante.

Sacó de nuevo su medio pan, y comiéndole poco á poco se dirigió hácia aquel sitio. Miéntras llega, contaremos nosotros en resúmen las causas y el principio de aquel tumulto.

CAPÍTULO XII.

La cosecha infeliz de aquel año no era ya la primera.

Tambien la del precedente habia sido escasisima, y sólo con el auxilio de los acopios que se conservaban de tiempos más abundantes pudo suplirse la falta á duras penas, y bien 6 mal habia ido tiraudo la poblacion hasta el estío del año de 1628, á que pertenece nuestra historia. Pero al llegar la ansiada época de la recoleccion de las mieses, se vió que la cosecha era aún más miserable que la anterior, tanto por los malos temporales (y eso no sólo en el Milanesado, sino en gran parte del país circunvecino), cuanto por culpa de los hombres. Las talas y el destrozo causados por la guerra de que hemos hecho mencion eran tan grandes, que en las comarcas contiguas al paso de las tropas, se quedaban las campiñas más incultas y abandonadas de