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manera no bastaban ni las órdenes rigurosas ni el terrible miedo que los miserables tenian. Era pecesario que la cosa fuese posible, y hubiera dejado de serlo á poco más que durase aquel estado. Reclamaban sin cesar haciendo presente la iniquidad de la carga que se les habia impuesto y la imposibilidad de soportarla, y protestaban que echarian la pala al horno y se marcharian; pero entretanto iban siguiendo adelante del modo posible con la esperanza de que el gran Canciller llegaria á hacerse cargo de la justicia, de sus reclamaciones. Mas D. Antonio Ferrer, que era, segun la expresion actual, hombre de carácter, contestaba que los panaderos habian ganado mucho anteriormente, y que tambien ganarian mucho en adelante, mejorando los tiempos; que ya se veria y arreglaria tal vez el modo de resarcirles; y asi era menester que entretanto siguiesen abasteciendo la ciudad.

Ya fuese porque él mismo estuviera convencido de las razones que alegaba, 6 ya porque, conociendo por los efectos la imposibilidad de sostener aquella absurda providencia, quisiese dejar á otros la odiosidad de revocarla (pues no es fácil adivinar sus pensamientos), no varió en un átomo su resolucion. Finalmente, los decuriones (cuerpo municipa! compuesto de nobles, que se extinguió en 1796) dieron cuenta por escrito al Capitan general del estado dé las cosas, pidiéndole que indicase algun temperamento para su remedio.

Engolfado D. Gonzalo en los negocios de la guerra, nombró una Junta, á la cual confirió la facultad de poner al pan un precio arreglado á justicia, para conveniencia de ambas paries. Juntáronse los comisionados, y despues de cumplimientos, preámbulos, suspiros, relicencias y proposiciones, la necesidad imperiosa los obligó á tomar una determinacion. Conocian que era paso avenlurado, pero convencidos de que no habia otro arbitrio, acordaron aumentar el precio del pan, con lo cual respiraron los panaderos, y el pueb'o se puso furioso.

La noche que precedió al dia en que Lorenzo llegó á Milan, las calles y las plazas estaban llenas de hombres, que, arrebalados de indignacion, y animados de una misma idea, conocidos y no conocidos, se reunian en corrillos, sin acuerdo anterior y casi sin advertirlo, como se juntan en el punto á que las arrastra un mismo declive las canales de los tejados.

Cada discurso aumentaba la persuasion y la furia, no Bólo de los oyentes, sino tambien del que los pronunciaba.

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