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Entre tantas personas habia algunas de sangre más fria, que se complacian en estar observando cómo se enturbiaba el agua; contribuian á revolverla cada vez más con los argumentos y cuentos que saben fraguar los bribones, y á los cuales ceden con facilidad los ánimos alterados; y teniendo presente el refran, á rio revuelto ganancia de pescadores, se proponian no dejar que se aclarase sin haber pescado ántes alguna cosa. En fin, miles de hombres se fueron á acostar con el pensamiento indeterminado de que era necesario hacer alguna cosa, y la conviccion de que algo se baria.

Antes de amanecer ya estaban las gentes en movimiento, y por todas partes se encontraban numerosas reuniones. Agolpábanse á la ventura muchachos, mujeres, jóvenes, viejos, trabajadores y mendigos. Aquí sonaban gritos diferentes y confusos, allf uno predicaba y otros aplaudian; más allá hacía uno á su vecino la misma pregunta que ántes le habian hecho á él; aquel repetia la exclamacion que acababa amenazas, y la materia de tantos discursos se reducia å un corto número de vocablos.

Faltaba sólo un asidero, un impulso cualquiera para pagar de las palabras á los hechos, y no tardó en verificarse.

Salian de las panaderias poco despues de amanecer los mozos que llevaban el pan á las casas; presentarse uno de aqueilos malhadados muchachos con su cuévano lleno de pan fué lo mismo que caer una chispa en un almacen de pólvora. «;Qué tal! ¿Hay pan 6 no?» gritan cien voces á un tiempo. «Si, para los bribones!» exclama uno; «sí, para los pícaros que, nadando en la abundancia, quieren que nosotros muramos de hambre.» Al decir esto se acerca al muchacho, echa mano al asa del cuévano, y añade:

«Ahora lo veremos.» Se pone descolorido el muchacho; tiembla, quisiera decir, déjenme ustedes; pero se le añuda, la lengua. Afloja los brazos para soltar aprisa el peso, y entretanto gritan por todas partes: «;Abajo ese cuévano!»

Se arrojan á él muchas manos, vuela el paño que lo cubria, y se difunde en derredor una tibia y lisonjera fragancia. «Nosotros tambien somos cristianos y hemos de comer pan,» dice el primero; y coge uno de ellos: lo levanta, lo enseña á los demas y le hinca el diente. Entónces se echan todos encima como furias, y en un abrir y cerrar de ojos queda el cuéveno limpio como una patena. Aquellos á quienes nada pudo tocar, irritados al ver que otros habian disfrutado semejante hallazgo, y animados por la oir; por imo, dmiracion, quejas y era