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misma catedral, rústica en aquel tiempo y sin concluir, y prosiguió tras de su conductor, que se dirigia al medio de la plaza. Cuanto más adelantaba, tanto más apiñada estaba la gente; pero el hombre de la leña se habria paso entre las oleadas del pueblo, y metiéndose Lorenzo por la senda que aquél abria, Ilegó con él al centro de la muchedumbre. Habia allí un grande espacio despejado, y en el medio, inmen- 80 cúmulo de ascuas, residuo de los muebles de que hemos hecho mencion. Alrededor, todo era palmadas, aplausos, gritos de triunfo y salvas de maldiciones.

El hombre del lio le arrojó al fuego, con una pala medio quemada atizó las ascuas por uno y otro lado hasta que se levantó la llama, aumentåndose con ella la gritería, los aplausos y las voces «;viva la abundancia! ¡mueran los logreros! ¡muera la junta! ¡muera la provision! ;viva el pan!»

A la verdad el descubrir los hornos y el arruinar á los panaderos no son los medios más propios para que viva el pan; pero esta es una de aquellas melafisicas que no entran en la cabeza de la multitud. Sin embargo, Lorenzo, sin ser gran metafisico, como no estaba acalorado como los demas, hacia la misma reflexion, sin atreverse á manifestarla, porque las caras de los eircunstantes no indicaban estar de humor de escuchar reflexiones.

Habiase apagado de nuevo la llama, nadie acudia con más combustibles, y la gente comenzaba á fastidiarse, cuando se oyó decir que en el Cordusio estaba puesto el sitio á olro borno. En ciertas cireunstancias el anunciar un - suceso es causa de que se verifique. Con aquella voz se difundió en la muchedumbre la gana de ir al Cordusio, y ya se oian por lodas partes los gritos de «alla voy yo: ¿quieres venir? ¡vamos! vanmos!» Con esto se exaltó más la gente, y todos se dirigieron al horno indicado. Lorenzo quedaba atras casi sin moverse sino en cuanto le arrastraba la chusma, recapacitando si saldria de la bulla é iria á buscar al padre Buenaventura, ó si seguiria con los demas, por ver en qué paraba aquello: por último venció la curiosidad:

sin embargo, determinó no meterse en lo más espeso de la zambra, sino ver los toros desde la barrera, para no salir con los huesos molidos 6 algo peor. En este supuesto, hallándose ya un poco distante, sacó el segundo pan, le echo el diente, y fué marchando á la cola del ejército tumultuario. El cual desembocando por el ángulo de la plaza, se habia ya introducido por la corta y angosta calle de la Pesquería vi ja, y desde allí por el arco de la plaza de los Mercaderes.