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Aquí pocos habia que, al pasar delante del nicho que promedia el balconaje del edificio, que entónces se llamaba el colegio de los dociores, no echase una mirada á la estatua colosal de Felipe lI, cuyo ceño adusto, áun de mármol, imponia respeto, parcciendo que con tono severo decia:

¡Aquí estoy yo, bribones! El nicho en el dia está vaeío por una circunstancia particular. A los ciento sesenta años de haber sucedido lo que estamos refiriendo, un dia ciertas gentes cambiaron la cabeza de la estatua, en vez del cetro le pusieron un puñal en la mano, y al nombre de Felipe sustituyeron el de Marco .

Bruto. Como cosa de un par de años estuvo la estatua trasformada del modo dicho, hasta que una mañana algunos que no eran muy afectos á Marco Bruto, 6, por mejor decir, que le tenian tirria, le echaron una soga al cuello y dieron con ella en el suelo: mutiláronla de mil maneras, y reducida á un trozo desfigurado, la arrastraron por las calles, hasta que bartos y cansados la echaron en no sé qué parte. ¿Quién se lo diria al famoso Andrés Riffi, cuando la estaba esculpiendo? Desde la plaza de los Mercaderes se metió la turba alborotada por la callejuela de los Fustaneros, y de allí se extendió por el Cordusio. Al desembocar, todos se dirigian á mirar háeia el horno; pero en lugar de ver á los amigos que esperaban encontrar, veian sólo á unos cuantos papanatas charlando á mucha distancia del horno, el cual estaba cerrado y las ventanas ocupadas por gente armada en ademan de defenderse si fuese necesario. Varios se paraban entónces para informar á los que llegaban, y preguntar qué partido tomarian, y otros se volvian 6 quedaban atras, de donde resultaba un murmullo confuso de preguntas, respuestas, consultas, exclamaciones y pareceres. En esto sale de la turba una maldita voz, diciendo: «Cerca está la casa del Director de provisiones; vamos á ella, vamos á hacer justicia.» Esta voz fatal pareció más bien que una propuesta el recuerdo de un convenio establecido; tanta fué la unanimidad con que todos á la vez gritaron: «;A casa del Director! já casa del Director!» Con esto se puso en me vimiento la turba furibunda, dirigiéndose en tropel hácia la casa en tan mal punto nombrada: