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CAPÍTULO XIII.

Estaba en aquel momento el desgraciado Director de pro-.

visiones haciendo una digestion laboriosa, despues de haber comido sin apetito un poco de pan duro, y aguardaba con inquietud el resultado de aquella tormenta, pero muy ajeno de temer que hubiese de ir á descargar el pedriscosobre su cabeza. Alguna buena alma se adelantó á la chusma, y corrió á dar aviso del urgente peligro. Ya los criados, atraidos por el ruido, estaban en la puerta mirando con sobresalto hácia el lado de donde se acercaba el tumulto. Aun no habian acabado de recibir el aviso, cuando vieron aparecer la vanguardia. Corren inmediatamente á prevenir al amo, y miéntras éste delibera cómo y dónde huir, llega otro criado para decirle que ya no habia tiempo. Le tienen los criados apénas para cerrar la puerta; la atrancan lo mejor que pueden, y corren á cerrar balcones y ventanas, como cuando al ver acerearse nubarrones oscuros, se aguardan de un instante á otro el agua y el granizo. Ya suena más de cerca la gritería; retumba el espacioso patio, la casa misma retiembla, y entre el dilatado y confuso estrépito, se oyen menudear fuertes pedradas en la puerta.

—Salga el Director,-gritaban todos:-salga ese tirano, que nos queria matar de hambre; aquí ha de venir vivo muerto.

Corria el pobre de cuarto en cuarto dándose palmadas en la frente, y encomendándose á Dios y á sus criados, pidiéndoles que no le desamparasen, 6 le buscasen medio de escapar. Pero ¿dónde y cómo? Subió al desvan, y mirando por la buharda á la calle, la vió llena de un inmenso gentío; oyó con más claridad las voces con que pedian su cabeza, y, más muerto que vivo, bajó á buscar un escondrijo en que ocultarse. Allí encogido escuchaba si por casualidad la furia popular se iba debilitando, si el tumulto cedia algun tanto; pero oyendo, por el contrario, que los gritos eran más fuertes, y más frecuentes los golpes en la puerta, acometido de un nuevo terror, se tapaba aprisa los oidos:

luégo, como fuera de sí, rechinaba los dientes, fruncia las