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| Hay algunos que gritan más alto que los demas para hacer que el Director se escape:

—A la cárcel el Director. ¡Viva el Sr. Ferrer! Paso al señor Ferrer.

Con esto se apoderaron de la puerta, tanto para impedir la entrada á los frenéticos, como para facilitársela al Canciller, y alguno por las rendijas, que no faltaban, avisó dentro, diciendo:

—Ya llega socorro, viene el Sr. Ferrer que el Director esté pronto para ir á la cárcel... Ya ustedes me entienden...

Acordándose Lorenzo del vidit Ferrer que le enseñó al pié del edicto el abogado Tramoya, preguntó á uno que estaba á su lado:

—¿Es el mismo Ferrer que ayuda á componer los bandos?

—Cierto,-le contestó el vecino;-como que es el gran Canciller.

—Debe ser muy hombre de bien,-replicó Lorenzo.

—¿Si es hombre de bien?-respondió el otro:-como que es el que puso el pan barato y no quisieron los otros, y ahora viene á prender al Director de las provisiones por no haber hecho las cosas como debia.

Es excusado decir que Lorenzo se declar6 al instante por D. Antonio Ferrer, y resolvió acercarse. La cosa no era fácil; pero á fuerza de empellones y codazos, consiguió abrirse paso y ponerse en primera fila, justamente al Tado del coche.

El cual ya se habia adelantado entre la muchedumbre, y en aquel momento estaba parado por uno de aquellos entorpecimientos inevitables cuando hay que pasar entre tanta gente. Asomaba la cabeza el anciano Ferrer, ya por una portezuela, ya por otra, con una cara de pascuas que daba gozo el verla, como que era la misma que habria puesto en presencia de Felipe 1V. Hablaba tambien; pero el murmullo de tantas personas, y los mismos vivas impedian que se oyese lo que decia: por esta razon, ayudándose con los gestos para expresarse, bajaba la cabeza, hacía besamanos, y cuando un rato de silencio lo permitia, le oian decir: «Pan habrá, pan en abundancia; vengo á hacer justicia: abrir paso, señores.» Aturdido despues por tantas voces, y al ver tantas caras y tantos ojos clavados en él, se retiraba á la testera del coche, y dando un gran resoplido exclamaba: «Jesus! iqué de gente!» Se acercaba luégo al vidrio, é inclinándose hácia el cochero, decia:

«Adelante, Pedro, si puedes.»