Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/189

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 177 —

Pedro tambien tenía la cara risueña, y con ademan afectuoso, como si fuera un gran personaje, agitaba poco á poco y con gran majestad el latigo, y luégo decia: «Señores, suplico á ustedes; apártense un poquito.»

De esta manera, ya parandose, ya marchando entre la gritería y los aplausos, y con el auxilio de los bien intencionados, entre los cuales se distinguia el buen Loreuzo, llegó el coche del gran Canciller á la puerta del Director de provisiones.

Los que, como hemos dicho, se hallaban alli con las mismas buenas intenciones, habian conseguido, aunque con trabajo, que aquel punto quedase algun tanto despejado.

Respiró el gran Canciller, viendo que la puerta estaba todavía cerrada, esto es, no enteramente abierta, porque ya habian arrancado casi todos los goznes, y sacado no pocas astillas; de manera que en el medio quedaba una abertura de más de seis dedos, desde donde se veia el cerrojo torcido y casi arrancado. Un hombre de bien se asoınó á aquella abertura, gritando que abriesen sin temor, y otro acudió á abrir la portezuela del coehe. Sacó la eabeza el anciano, y apoyándose en el brazo de aquel hombre honrado, salió del coche parándose en el estrilbo.

Por una y otra parte estaba la multitud con la cabeza levantada para ver mejor, y la curiosidad y la atencion produjeron un instante de silencio. Volvió el gran Canciller la vista por todas partes, saludó á la gente bajando la cabeza, y puesta la mano al pecho, dijo: «Pan y justicia,» y bajó entre un millon de aclamaciones.

Entretanto los de adentro abrieron, 6, por niejor decir, acabaron de arrancar el cerrojo, cuidando de no permitir sino el hueco suficiente para que entrase el gran Canciller.

—Aprisa, aprisa,-decia éste;-abrid lo suliciente para que entre yo, y vosotros, amigos, procurad detener la gente á fin de que no se me eche encima.

Así que entró D. Antonio, volvieron á atrancar la puerta los de adentro, y los de afuera trabajaban con los hombros, los brazos y las voces, para mantener despejada la inmediacion de la entrada, pidiendo á Dios que se evacuase presto la diligencia.

—Presto, presto,-decia tambien el gran Canciller por la parte de adentro á los criados, que jadeando y cubiertos de sudor, le rodeaban, bendıciéndole cada uno á su manera.-Presto, presto,-repetia D. Antonio,-¿en dónde está este buen hombre? Bajaba el Director de provisiones la escalera, conducido 12