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y casi arrastrado por otros criados, y más blanco que un papel. Al ver aquel auxilio, dió un gran suspiro, se le volviổ el alma al cuerpo, y cobrando alguna fuerza en las piernas, se dirigió al gran Canciller diciendo:

—Me pongo en las manos de Dios y en las de vuecelencia; pero ¿cómo saldremos de aquí, si todo está lleno de gente que pide mi cabeza?

—Venga usted conmigo,-contestó el gran Canciller,- y tenga ánimo: aquí fuera está mi coche; presto, presto.

Dicierdo esto, le tomó de la mano, y animándole le condujo hasta la puerta; sin embargo, decia para sí: «Aquí está el busílis: ;Dios me la depare buena!»

Se abre la puerta: el gran Canciller sale el primero, siguiéndole el otro muy encogido, y casi cosido á la toga prolectora, lo mismo que un niño á las faldas de su madre.

Los que habian mantenido despejado aquel sitio, levantan las manos y los sombreros, ocultando de este modo á la vista del pueblo al Director, el cual entra el primero en el coche, y se acurruca en un rincon. Sube despues el gran Canciller, cierran la portezuela, la muchedumbre entrevió, supo, adivinó lo que habia sucedido, desatándose en un torrente de imprecaciones contra el uno, y de aplausos en favor del otro.

La parte del camino que quedaba parecia la más difícil y peligrosa; pero la opinion pública s9 habia declarado bastante en órden á permitir que el Director fuese conducido á la cárcel. Además los que habian facilitado la' llegada del gran Canciller se dieron maña durante su detencion para mantener abierta una senda; por manera que esta vez el coche pudo pasar más libremente y sin paradas.

A medida que iba adelante, las dos alas que formaba la muchedumbre se reunian y seguian tras él.

Apénas sentado D. Antonio, encargó al Director que se encogiese todo lo que pudiera para que no le viese el pueblo; pero era excusada semejante advertencia. El, al contrario, se presentaba á las portezuelas para llamar sobre si la atencion general, y en todo el camino fué arengando como la primera vez al inconstante gentio, interrumpiendo de cuando en cuando su arenga con palabras en castellano que dirigia al oido de su alemorizado compañero.

—Sí, señores,-decia,-pan y justicia; á la ciudadela en un calabozo; no, no se escapará (para sosegarlos). Es muy justo: se le formará causa, se le castigará con todo el rigor de las leyes. (Esto es para bien de usted.) Se pondrá una tasa equitativa, y se castigará á los que querian matar al