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-S. M. no querrá mi muerte,-replicó el Director.-En una choza léjos de semejante canalla...

Lo que sucedió luégo respecto de este propósito no lo dice nuestro autor, el cual, despues de haber acompañado al infeliz á la ciudadela, no vuelve á haccr mencion de su persona.

CAPÍTULO XIv.

La gente que quedó atras empezó á dispersarse por várias partes; unos iban á sus negocios, otros se salian del concurso á respirar, despues de tantas horas de apreturas, y otros iban buscando á sus conocidos para charlar un poco acerca de las ocurrencias de aquel dia. Del mismo modo se iba despejando la calle en la extremidad opuesta, y sólo quedaba todavia formando corrillos una parte de la infima plebe; porque cierto número de vagabundos y gente perdida, disgustados al ver que el alboroto habia tenido un fin para ellos tan insulso, rabiaban y votaban consultando entre sí el modo de animarse recíprocamente, y ver si aún podian hacer alguna cosa, y como por ensayo empujaban de cuando en cuando aquella desgraciada puerta, que los de dentro babian atrancado otra vez del mejor modo posible.

Al llegar el piquete, se separó aquel populacho, dejando el puesto libre à los soldados, que le ocuparon acampándose en él para seguridad de la casa y de la calle; pero en las inmediaciones y en las plazuelas contiguas permanecian algunos corrillos. En donde habia dos personas se reunian tres, cuatro, veinte, y al paso que unos se separaban, se juntaban otros, á manera de aquellos nubarrones á veces despues del temporal quedan diseminados por que el campo azul del cielo, dando motivo á los que los miran para decir que todavía no está sentado el tiempo. Allí cada uno discurria á su manera; quién contaba con exageracion lo que habia visto en aquel dia; quién referia lo que él mismo habia hecho; quién se alegraba de que las cosas hubiesen acabado de aquel modo, y alabando al gran Canciller, pronosticaba que el Director tendria que sentir; quién con sonrisa maligna aseguraba que no le harian daño