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alguno, porque los lobos no se mucrden unos á otros; y quién, de genio más colérico que los demas, murmuraba diciendo que no se habian hecho las cosas como convenia, que era una engañifa, y que habia sido una locura meter tanta bulla, para luego dejarse chasquear de aquella manera.

El sol entretanto se habia puesto: las cosas todas iban volviéndose de un mismo color, y muchos, cansados ya y fastiados de hablar á oscuras, se retiraban á sus casas. Lorenzo, despues de haber cooperado á la marcha del coche, y pasado con él como en triunfo por las dos filas de los soldados, se alegró al verle correr sin embarazo alguno, anduvo algun poco con la chusma, y en el primer hueco que encontró, salió de ella para respirar con más libertad.

A los pocos pasos, agitado todavía por la idea de aquella borrasca y por tantos recuerdos recientes y confusos, se sintió con gana de comer y descansar, y comenzó á nirar hácia arriba por una y otra parte, buscando alguna muestra de hostería ó de taberna, pues le pareció tarde para ir al convento de los capuchinos. Cammando de este modo dió con un corrillo, en donde se hablaba de conjeturas, proyectos, y popuestas para el dia siguiente. Paróse un momento á escuchar, y persuadido de que él tambien podia echar su cuarto á espadas, tanto más que por lo que habia visto en aquel dia se le tiguraba que para lograr un intento bastaba con hacer que lo aprobasen los que andaban por las calles, metió su cucharada empezando en tono de exordio de esta manera:

—¿Quieren ustedes... señores, que yo tambien diga mi pobre parecer? Mi parecer es que no sólo se cometen iniquidades en el negocio del pan, sino tambien en otros muchos, y pues que hoy se iha visto que enseñando los dientes se consigue lo que es justo, es preciso ir adelante del mismo modo hasta que se renmedien todas las demas infamias, y se logre que el mundo ande más derecho. No les parece á ustedes, señores, que hay una gavilla de picaros que obran todo al contrario de lo que manda la ley de Dios; que se melen con los hombres de bien para hacerles daño, luégo tieren siempre razon? De estos debe haber tambien en Milan una buena porcion.

—jSi, señor, demasiado!-interrumpió uno delos circunstantes.

—Ya no lo dudaba yo,-replicó Lorenzo.-Tambien allá en nuestros pueblos sabemos lo que pasa por aqui: lo más extraño es que hay bandos y edictos muy buenos, en que