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van puestas con sus pelos y señales todas las picardías, y señalados los castigos; pero ¿de qué sirven? Allí se dice que no haya distincion de personas, y sin embargo, si ustedes acuden á los escribas y fariseos para obtener justicia contra algun poderoso, segun los edictos, les oyen á ustedes como quien oye ilover. Con esto se ve claramente que aunque el Rey y los que mandan quieren que se administre justicia, y que á todos se les mida con una misma vara, nada se hace; ¿luego hay quien se opone á tan benéficas miras? Esto es menester verlo. Mañana debemos ir á buscar al Sr. Ferrer, que es hombre de bien y amigo de los pobres; hemos de hacerle presente cómo están lás cosas:

yo por mi parte se las podré contar muy buenas, porque me han sucedido á mí mismo. Un abogado me enseñó un bando con unas armas muy grandes, puesto por tres señores, cuyos nombres estaban al pié del mismo bando, entre ellos el del Sr. Ferrer, y cuando le pedí que á tenor de loco. Estoy seguro que cuando el Sr. Ferrer sepa semejantes injusticias, pondrá remedio en ello, y más si estamos aquí nosotros para ayudarle como hemos hecho hoy, en el caso de que los prepotentes no quieran bajar la cabeza. No digo yo que ande todos los dias en coche para llevarse los pícaros á la cárcel, pues necesitaria pera ello el arca de Noé; pero bastará que mande á quien corresponda, no sólo aquí en Milan, sino tambien fuera, para que obedezcan los edictos, formando causa á todos los que cometen maldades, y donde dice cárcel, cárcel; y donde dicegalera, galera; y á los jueces, que cumplan con su obligacion, y de lo contrario, enviarlos á pasear. En fin, repito que estamos aquí nosotros para ayudarle. No digo bien, señores? Con tanto énfasis hablaba Lorenzo, que desde el principio una gran parte de los concurrentes suspendió toda discusion y se paró á escucharle, y al cabo todos fueron oyentes suyos. Acompañaron su arenga con muchos aplausos, y las expresiones confusas de «bravo, tiene razon, es demasiado cierto,» etc. No obstante, no faltaron sus críticasa¿Quién hace caso de serranos?» decia uno, y pasaba de largo.«Ahora, decia otro, cualquier pelagatos quiere echarla de político, y con atizar el fuego no se abaratará el pan, que es lo que importa.» Sin embargo, Lorenzo sólo hizo caso de los aplausos.

—¿Dónde?-preguntaban otros.

—Én la plază de la Catedralho bando se me ciese justicia, me trató de