-Sf, s!, y haremos algun cosa.
¿Quién hay entre estos señores-añadió Lorenzo-que quiera hacer el favor de enseñarme una posada para tomar un bocado y buscar una cama medio decente?
—Allá voy yo á servir usted, amigito,-dijo uno de los que babian estado escuchando todo el sermon sin abrir su boca.-Conozco cabalmente una posada, que es la que os conviene, y os reconerdaré al dueño, que es amigo mio y hombre de bien.
— ¿Está cerca?-preguntó Lorenzo.
—No está léjos,-respondió el otro.
Separóse el corrillo, y Lorenzo, despues de muchos apretones de manos desconocidas, echó á andar con su compañero, dándole las gracias por la molestia que se tomaba.
—No bay de qué,-dijo aquel;-una mano lava la otra y las dos la cara. ¿No estamos obligados á hacer bien á nuestro prójimo? Y caminanc de estas manera:
—Perdone usted, amigo, me parece que está usted cansado. Se puede saber el pais de donde viene usted?...
—Vengo-contestó Lcrenzo-desde Lecco.
—Desde Lecco? ¿Luego es usted de Lecco?
—De Lecco, 6, por mejor decir, de su partido.
—Pobre jóven! Por lo que he podido entender, le han hecho á usted alguna mala pasada.
—jAy, amigo! he tenido que meterme á hablar de política por no contar en público lo que pasa... Pero basta; algun dia se sabrá, y entónees... Mas aquí veo una muestra de posada, y á la verdad, no tengo gana de ir más léjos.
—No, no, venga usted adonde le he insinuado, que ya falta muy poco,-dijo el desconocido;-aqui no estara usted bien.
—iCómo que no!-respondió el jóven;-yo no soy un señorito acostumbrado á dormir entre algodones; á mí me basta cualquiera cosa á la buena de Dios para llenar el pancho, y un jergon; lọ que me importa es encontrar presto uno y otro.
Diciendo esto, entró por una pucrta que tenía de muestra una luna llena.
—-Pues bien,-dijo el desconocido,-ya que así lo quiere usted, entraremos aquí.
Y siguió tras de él.
—No es necesario que usted se incomode mas,-dijo iba haciendo Lorenzo várias preguntas