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Lorenzo;-pero estimaré que me acompañe á echar un trago.

—Accpto su favor,-respondió aquel.

Y como más práctico de la casa, marchó adelante, se acercó á una puerta vidriera, levantó el pestillo, abrió y entró con su compañero en la cocina. Alumbrábanla dos candiles colgados de una de las vigas del techo. Mucha gente estaba sentada en bancos alrededor de una mesa ordinaria, estrecha, y tan larga, que ocupaba una gran parte de la pieza. En un lado habia servilletas extendidas, en otro platos con comida, en otro naipes cubiertos y descubiertos, en otro dados, y en casi todos botellas y vasos.

De cuando en cuando se veian correr berlingas, parpayolas y reales (1) que si hubiesen podido hablar, probablemente hubieran dicho: «Esta mañana estábamos en la hortera de algun panadero, ó en el bolsillo de algunos de los concurrentes, que, ocupados en ver cómo se arreglaban los negocios públicos, descuidaban los pequeños asuntos de su propia casa.» Grande era la confusion: un mozo daba mil vueltas corriendo y sirviendo la mesa de comida y de juego. El amo estaba sentado en un banquillo debajo de la campana de la chimenea, ocupado al parecer en formar en la ceniza con el badil ciertas figuras que sucesivamente iba deshaciendo; pero en realidad su ocupacion era observar con cuidado lo que pasaba. Levantóse al ruido del pestillo, presentándose á los dos que entraban, y al ver al compañero de Lorenzo, dijo para sí: «;Maldito seas! ique siempre has de venir aquí cuando ménos' te necesito!»

Echando luego la vista á Lorenzo, añadió: «No te conozco; pero viniendo con semejante cazador, no puedes ménos de ser perro ó liebre: ya te conoceré en cuanto te oiga dos palabras.» De este mudo soliloquio nada aparecia en la cara del huésped, que se conservaba inmóvil como una pintura.

Era su cara redonda y lúcia, con una barbilla espesa y rojiza, y lcs ojillos vivos y penetrantes.

—Señores,-dijo.-pidan ustedes.

—Ante testó Lorenżo,-y luégo cualquiera cosilla de comer.

Diciendo esto se sentó cn un banco á una extremidad de la mesa, echando un ¡ay! muy sonoro, como si dijese:

«;Qué bien sabe un poco de banco despues de tanto trabajar y estar de pié!» Pero acordándose al mismo tiempo del banco y de la mesa en que estuvo sentado poco ántes un buen jarro de vino sin bautizar,-con- (1) Monedas que corrian en aque! tiempo.