con Inés y Lucía, arrojó un profundo suspiro; mas sacudiendo la cabeza como para desechar semejante pensamiento, vió venir al posadero con el vino. Su compañero, que se habia sentado enfrente de él, le echó de beber diciendo:
—Para humedecer la palabra.
Y llenando otro vaso, lo bebió de un golpe.
—¿Qué nos dareis de comer?-preguntó luégo al posadero.
—Un buen pedazo de carne en estofado,-contestó aquél.
—Corriente,-replicó Lorenzo;-un buen pedazo de carne en estofa o.
—Al instante, scñores,-repuso el posadero.
Y volviendo al mozo, añadió:
—Ea; sirve presto à estos caballeros.
Diciendo esto se dirigió á la chimenea; pero deteniéndose de pronto, prosiguió volviéndose à Lorenzo:
—El caso es que hoy no tenemos pan.
—Por lo que toca al pan,-dijo Lorenzo en alta voz y riéndose,-lia surtido la Providencia.
Y sacando el tercero y último pan de los recogidos cerca de la cruz de San Dionisio, le levantó en el aire gritando:
—Aqui está el pan de la Providencia! Al oirlo se volvieron muchos, y viendo aquel triunfo, uno de ellos exclamó:
—Viva el pan barato!
—¿Barato?-dijo Lorenzo,-gratis et amore.
Mejor que mejor!
—Sí; pero no quisiera-añadió Lorenzo-que estos señores pensasen mal de mí. No erean que yo lo he birlado, como se suele decir: lo encontré en el suclo; y si pudiera hallar á su dueño, por cierto se lo pagaria.
—Muy bien! ;bravo!-gritaron riéndose á carcajadas los compañeros, de los cuales á uinguno le vino á las mientes que aquellas palabras expresaban sériamente un hecho y una verdadera intcncion.
—Piensan que me burlo, pero no es sino la pura verdad,-dijo Lorenzo á su compañero.
Y volviendo entre las manos aquel pan, añadió:
—Miren ustedes cómo le han puesto, parece una torta; ¡vaya si habia gente! Frescos estarian los que tuviesen los huesos un poco blandos.
Y arrancando luégo con los dientes, y tragando dos ó tres bocados uno tras otro, les echó encima olro vaso de vino, añadiendo: