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-¡Ves este vaso? dispuesto estaba para aquel amigu:

zle ves? lleno, llenito, pues sin querer probar gota me dejó plantado. Vaya que algunas gentes tienen á veces ideas muy raras: ¿y yo qué le he de hacer? mi buena voluntad manifiesta estiaba. Ahora bien, ya que la cosa está hecha, no hemos de desperdiciar el vino.

Diciendo esto, tomó el vaso y lo vació en un soplo.

—Ya comprendo,-dijo el mozo, y se fué.

—jAb! jah! itambien tú has comprendido?-respondió Lorenzo:-luego es verdad? Cuando las cosas son justas...

Aquí es necesario todo el amor que profesamos á la verdad para obligarnos á prosegur fielmente una narracion tan poco honrosa para un personaje tan principal, y que casi pudiera llamarse el protagonista de nuestra historia. Por esta misma razon de imparcialidad debemos tambien decir que esta es la primera vez que á Lorenzo le sucedia semejante cosa, y justamente el no estar acostumbrado á estos extravíos, fué en gran parte la causa de que el primero fuese para él tan funesto. Los pocos vasos que contra su costumbre apuró al principio uno tras otro, parto para mitigar el ardor de su garganta, parte por cierta alteracion de ánimo que no le permitia hacer cosa con eosa, se le subieron inmediatamente á la cabeza, cuando á un bebedor algo ejercitado en el olicio no le hubieran hecho mella alguna. «Los buenos hábitos, dice un autor, tienen tambien la ventaja de que cuanto más arraigados están en un hombre, tanto más facilmente, si hace alguna cosa contraria á ellos, experimenta al momento tal daño é incomodidad, cuando ménos, que tiene que acordarse de ella largo tiempo, por manera que hasta un tropiezo le sirve de escuela.»

Como quiera que sea, cuando los primeros humos subieron al cerebro de Lorenzo, vino y palabras continuaron •andando, el uno abajo y las otras arriba sin modo ni órden, y en el punto que le dejamos estaba ya de remate. Experimentaba un violento deseo de bablar; no faltaban oyentes, y en un principio las palabras iban saliendo tal cual ordenadas; pero poco á poco el negocio de acabar las frases empezó á serle terriblemente dificultoso. El pensamiento que se habia presentado vivo y limpio en su mente, se enturbiaba y desaparecia en un instante, y la palabra, despues de haber tardado algun tanto en dar con ella, no era ya la que convenia. En semejante angustia, por uno de aquellos falsos instintos que en tantos casos picrden á los hombres, acudia al maldito frasco; ¿pero de qué prove-