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mejor que pudo, ó le arrastró hasta la escalera. Aquí Lorenzo, para corresponder á los ruidosos saludos que le hacía toda la chusma, se volvió tan aprisa, que á no estar tan listo su conductor en sostenerle por un brazo, bubiera pegado un zarpazo terrible, y con el brazo que le quedaba libre trazaba y describia en el aire ciertos saludos como bendiciones de clérigo loco.

—Vamos á la cama,-dijo el posadero.

Y metiéndole por la puerta, le fué tirando con gran trabajo por una angosta escalera, haciéndole entrar luégo en el cuarto que le tenía destinado. Viendo Lorenzo la cama que le aguardaba, se alegró, miró con cariño á su conductor con dos ojillos que ya bril aban más que nunca, y ya se eclipsaban como luciérnagas. Quiso sostenerse sobre las piernas, y alargó las manos hacia los carrillos del posadero para cogerle uno entre el indice y el dedo medio en señal de amistad y agradadecimiento; pero como no pudiese conseguirlo:

—Bravo,-dijo,-veo que eres hombre de bien: es una obra buena la de dar una cama á un mozo honrado; pero no lo era aquel empeño rabioso del nombre y del apellido:

lo bueno es que yo, gracias á Dios, tampoco soy lerdo.

El posadero, que conocia que Lorenzo no podria ya charlar mucho, y que por larga experiencia sabia cuán fáciles son los hombres en aquel estado de cambiar rápidamente de ideas y de opiniones, quiso aprovecharse de aquel lúcido intervalo para hacer una tentativa.

—Hijo mio,-le dijo con voz y cara halagüeñas;-yo no lo hice por incomodar á usted, ni saber sus negocios:

¿qué quiere usted? Alli está la ley, y nosotros debemos obedecerla; de otra manera, somos los primeros en pagar la pena; más vale ceder, y... últimamente, ¿de qué se trata? igran cosa! de dos palabras... Vaya, no por quien lo manda, sino por mf, aqui entre nosotros, digame usted su nombre, y luégo se acuesta con el corazon tranquilo.

—¡Ah bribon!-exclamó Lorenzo,-itraidor! ;cómo vuelves á acometerme con la iniquidad del nombre y apellido!

—Calla, borracho, métele en la cama,-dijo el posadero.

Pero el otro gritaba más recio:

—Ya te entiendo: tú tambien eres de la liga; aguarda, que yo te arreglaré.

Y dirigiendo la boca á la puerta de la escalera, chillaba más desaforadamente:

—Amigos, este picaro es de la...