Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/209

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 197 —

- đana te lo dirian de misas; pero, no señor, vienes acompañado; y jcon quién? con un maldito corchete, como quien dice, miel sobre hojuelas.

A cada paso encontraba el posadero personas solas 6 de dos en dos, ó cuadrillas de gente que caminaba cuchicheando. Al llegar á este punto de su muda alocucion, vió venir una patrulla de soldados, y apartándose á la acera los miró de reojo, y continuó diciendo entre sí:

—-Allí están los que las enderezan, y aquel zambombo por haber visto á cuatro alborotadores meler bulla por la calle, se figuró que se iba á cambiar el mundo, y con esto se ha perdido á sí mismo y queria tam.bien arruinarme á mf. Yo hacía cuanto podia para salvarle, y él tan bestia que por poco no me alborota la casa. Ahora verá cómo ha de salir del panlano; por lo que á mí toca, yo pondré remedio: ¡como si yo quisiera saber tu nombre por curiosidad! ¡4 mí qué me importa que te llames Tadeo 6 Bartolo! ¡A la verdad que tendré yo un gran gusto en estar siempre con la pluma en la mano! No sois vosotros solos los que ven las cosas como ellas son. Yo tambien sé que hay bandos que nada significan porque no se cumplen, y seguramente no es esta una gran noticia para que venga á dárnosla un patan de la sierra. Y no sabes tú que los bandos contra los dueños de fondas, posadas y hosterías se observan con rigor porque valen el dinero? ¿Y quieres andar por el mundo y hablar? ¿Sabes tú que el pobre posadero que pensase como tú, y no preguntase el nombre de los que le honran hospedándose en su casa, sabes tú, bestia, lo que le sucederia? «Bajo pena de trescientos escudos, »dice el bando., á cualquiera de dichos posaderos, taber- »neros y demas nombrados arriba.» No hay más que soltar trescientos escudos? ¡Y para emplearlos tan bien! «De »los cuales las dos tercias se aplicarán á penas de cámara, »y el resto al acusador 6 delator.» ;Qué buen sujeto! «Y en »caso de insolvencia, cinco años de galeras al arbitrio de »S. E.» ¡Ahí es un grano de anís! ¡Gracias, señor excelentísimo! Al concluir estas palabras, ya el posadero estaba en el umbral del palacio de Justicia. Alli, como en las demas secretarías, todo estaba en movimiento. En todas partes se trabajaba en expedir las órdenes que se creian las más oportunas para el dia siguiente, tanto á fin de quitar todo pretexto á los atrevidos que deseasen nuevos alborotos, como para poner la fuerza en las manos de los que estaban acostumbrados á haeer uso de ella. Se aumenió la tro-