| —Ese forastero, querrá decir useñoría, se ha ido á la cama.
—¿Conque hay mucha gente?... Cuidado que no se escape.
Soy yo acaso esbirro?-dijo de botones adentro el posadero; pero no dió conteslacion alguna.
— Volved, pues, á vuestra casa, y tened juicio,-continuó el escribano.
—Yo siempre lo he tenido. Useñoría sabe que jamás ha habido queja contra mí.
—;Bien! ;bien! No creais que la justicia haya perdido su fuerza.
—Yo? Por amor de Dios, yo nada creo: solamente en mi oficio.
—Siempre la misma cantinela... ¿Teneis algo más que decir?
—¿Qué quiere useñoría que diga más? La verdad es una sola.
—Basta: si fuere necesario, informareis más por menor á la justicia.
—Yo nada más tengo que decir.
—Cuidado con dejar que se vaya.
—Espero que el señor Capitan de justicia sabrá que he venido inmediatamente á cunmplir con mi obligacion. Beso á useñoría las manos.
Al rayar el dia habia ya siete horas que Lorenzo roncaba, y todavía estaba en lo mejor de su sueño, cuando le despertaron dos fuertes sacudimientos en los brazos, y una voz que desde los piés de la cama gritaba: Lorenzo Tramallino. Movióse, sacudió los brazos, abrió con trabajo los ojos, y vió á los piés de la cama un hombre vestido de negro, y á otros dos armados, uno á cada lado de la cabecera.
El pobre, entre la sorpresa, el no estar bien despierto y el efecto del vino, quedó como encantado, y creyendo que soñaba, y no gustándole el sueño, se agilaba como para acabar de despertarse.
—Vamos, habeis oido? Lorenzo Tramallino,-dijo el hombre vestido de negro, que era el escribano de la noche anterior:-ea, pues, levantaos y venid con nosotros.
—¡Lorenzo Tramallino!-exclamó Lorenzo.-¿Qué significa esto? ¿Qué me quieren ustedes? ¿Quién les ha dicho mi nombre?
—Ménos palabras, y levantaos pronto,-dijo uno de los esbirros, agarrándole de nuevo por un brazo.
—¿Cómo? ¿qué tropelia es esta?-gritó Lorenzo retirando el brazo:-iposadero! jamigo posadero!